El 70 % de cuidadoras son mujeres. Hijas, sobrinas, nueras, nietas… asumen el rol naturalmente. Atender a un paciente con Alzheimer significa, muchas veces, sacrificar los proyectos de vida personal. Hay que aprender a pedir ayuda.
“Trastorno neurológico progresivo caracterizado por la pérdida de la memoria, de la percepción y del sentido de la orientación, que se produce ordinariamente en la edad senil”.
La definición corresponde a la Real Academia Española. Son dos líneas, que se leen en menos de un minuto. Pero para la persona que lo padece y para su familia, el diagnóstico significa un terremoto vital que, probablemente, solo lo entienda quien enfrenta esta situación.
Clasificado como el tipo más frecuente entre las demencias (el 60 % del total), el Alzheimer se produce por la muerte paulatina de las neuronas. El resultado es que el sistema nervioso no puede realizar su función con normalidad, y el futuro, sean pocos o muchos años, se advierte como un escenario de dependencia progresiva.
Es —lo explica a Mundo Diners, Cheles Cantabrana, presidenta de la Confederación Española de Alzheimer (Ceafa)— una enfermedad incapacitante. “No te olvidas solo las llaves de la casa; se altera tu carácter, tu sentido de orientación. Te olvidas de hablar, de comer, de caminar. Incluso puede que no recuerdes a tus familiares, aunque el sentimiento de amor permanezca”.
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