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Alzhéimer: el 60% de los enfermos tiene trastorno en la alimentación

El consumo de ácidos grasos poliinsaturados presentes en el pescado azul, el aceite de oliva o los frutos secos retrasan la evolución de la enfermedad

Uno de los aspectos relevantes en la enfermedad de Alzheimer es la repercusión que tienen los problemas nutricionales y del comportamiento alimentario en el paciente y en su familia. De hecho, los estados de malnutrición y los trastornos en la conducta alimentaria alcanzan, en estos enfermos, una prevalencia cercana al 60 por ciento, según se expuso en el marco del XVIII Encuentro Temático de la Fundación Alzheimer, celebrado recientemente. Los enfermos en estado moderado y severo presentan un elevado riesgo de malnutrición. El doctor David Pérez, jefe del Servicio de Neurología del Hospital Infanta Cristina de Parla en Madrid, y director general de la Fundación del Cerebro, advierte de que esta enfermedad «suele llevar asociada una pérdida de peso importante debido a que los trastornos de conducta que sufren dificultan la ingesta. Incluso, los estados de agitación provocan un aumento del requerimiento energético. Asimismo, los fármacos que se emplean para enlentecer la patología suelen producir anorexia».

Por ello, el consumo de determinados alimentos puede interferir no sólo en la evolución de la enfermedad, sino también en garantizar un adecuado estado nutricional del paciente. «Hay numerosos estudios epidemiológicos que demuestran que el consumo de ácidos grasos poliinsaturados presentes en el aceite de oliva, el pescado azul o los frutos secos tienen un efecto preventivo e influyen en el retraso evolutivo de la enfermedad», explica la doctora Julia Álvarez, responsable de la Sección de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Príncipe de Asturias en Alcalá de Henares. Y es que, «se ha visto que tanto la dieta mediterránea como la japonesa disminuyen la prevalencia de las enfermedades neurodegenerativas, especialmente el alzhéimer», añade Pérez.

Ansiedad

En estos enfermos se suelen dar toda una serie de conductas disruptivas relacionadas con el acto de comer que generan una gran carga de ansiedad a sus cuidadores. «La mayor parte de estos pacientes, prosigue el experto, suelen sufrir alteraciones en el apetito ya que, o no tienen ganas de comer o lo hacen de forma compulsiva y se decantan por la bollería». Además, Álvarez añade que «el 84 por ciento suele desarrollar disfagia orofaríngea que condiciona la forma de alimentarse».

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Por ello, la clave para hacerlo de forma correcta reside, según la experta, «en enseñar al cuidador una serie de elementos esenciales como como no utilizar dobles texturas como, por ejemplo, arroz con leche o yogur con frutas, así como alimentos pegajosos tipo pan de molde o croquetas para evitar problemas con la salivación y que no se les vaya para otro lado». La forma de dar de comer también es esencial para evitar complicaciones. «Con el paciente sentado, el cuidador debe ponerse a la altura de las rodillas para hacer que el enfermo agache la cabeza y tape de forma natural la via aérea, lo que evita que los alimentos no se vayan ahí y no se atragante. También es recomendable emplear cucharas pequeñas y nunca pajitas para beber», recuerda Álvarez.

En este sentido, desde la Fundación Alzheimer España recomiendan utilizar un juego de cubiertos y platos especial que cubra las necesidades de la persona y si ésta presenta dificultades para el uso de cubiertos ser tolerante y permitir que emplee las manos para comer. Aunque el paciente no presente disfagia es importante que siga unas serie de pautas para comer. En este sentido, la doctora Victoria Pérez, directora sanitaria del grupo Orpea Ibérica recomienda «lavarse la boca antes de comer para saborear bien los alimentos. Hay que tener en cuenta que por la medicación puede tener la sensación de boca pastosa. En las fases de hiperactividad no se le puede obligar a sentarse y es importante que se le presente la comida de forma que pueda comerla de pie y con la mano». Y es que, continúa, «un anciano no es un niño que tenga que comer purés porque no se sabe la cantidad de proteínas, por ejemplo, que ha ingerido. Hay que trabajar las texturas y los sabores, sobre todo para mantener el gusto en aquellos que hayan perdido las ganas de comer». Considerando el «mal estado» nutricional como un factor de riesgo inherente en las personas con alzhéimer, es preciso desarrollar un plan sistemático de actuación para tratar de mitigar los efectos indeseados que esta patología origina en el enfermo y su familia.

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