Aunque la prevalencia de demencia sigue aumentando en todo el mundo, la incidencia en el mundo occidental podría disminuir como resultado de una mejor atención vascular y una mejor salud del cerebro» Lancet, 2016.
La enfermedad de Alzheimer, como principal causa de demencia, constituye uno de los grandes desafíos para el siglo XXI en materia de salud. Se calcula que 40 millones de personas, principalmente mayores de 60 años, tienen demencia en todo el mundo. Y esta cifra se duplicará cada 20 años. En los últimos 30, la investigación del alzhéimer ha dado pruebas sustanciales de que la acumulación de Proteínas A y Tau en el cerebro está relacionada con procesos neurodegenerativos en los pacientes, y se han reconocido tipologías genéticas que suponen un factor de riesgo para esta dolencia. Si bien es cierto que, en estudios observacionales, se ha generado una evidencia abrumadora sobre la complejidad y la multicausalidad de la demencia y que la acumulación de las proteínas está condicionada por múltiples factores donde actuar.
La enfermedad de Alzheimer se desarrolla durante un largo período preclínico, que puede prolongarse durante varias décadas y en el que no hay síntomas. Y ello nos plantea una cuestión relevante para la salud pública: de qué forma afrontar los factores de riesgo para evitar o retrasar la aparición del deterioro cognitivo y el riesgo de demencia más tarde en la vida. Es decir, la relación entre el estado de salud vascular y el riesgo de posterior deterioro cognitivo y demencia es ya una evidencia importante y una advertencia para todas y todos los profesionales sanitarios; y para la salud pública en particular. La creciente evidencia establece que factores de riesgo tales como la diabetes, la obesidad, la inactividad mental, la depresión, el tabaquismo, la hipertensión arterial y la dieta tienen un papel en la demencia y suponen una interesante opción, la de incidir en la prevención a través de estos factores de riesgo modificables.
Ello sin prescindir, por supuesto, de otra línea importantísima de acción, como es la búsqueda de otras estrategias terapéuticas. Para el tratamiento del alzhéimer se utilizan hoy en día varios fármacos, pero su efecto es, desgraciadamente, limitado: no son curativos, aunque ayudan a mejorar la función cognitiva y a controlar los síntomas. Existe, además, una vacuna que está en fase de pruebas en laboratorio.
En todo caso, el pilar del tratamiento para la enfermedad de Alzheimer son los cuidados de apoyo de la familia y otros cuidadores. Está comprobado que los pacientes con demencia tienen una mejor calidad de vida en el entorno doméstico. Las y los cuidadores familiares precisan ayuda para aprender a gestionar la naturaleza progresiva de la enfermedad y la orientación sobre cómo movilizar los recursos sociales y sanitarios.
En relación con la perspectiva que apuntamos de la prevención para reducir los factores de riesgo, y con el necesario apoyo para enfermos y familiares, quisiera recordar que Euskadi cuenta diversas iniciativas orientadas a mejorar la calidad de vida de los pacientes en general y de las personas mayores en particular. Un ejemplo es el programa Osasun Eskola, desarrollado por Osakidetza, como servicio que ofrece sensibilización, información y formación -a pacientes, familiares y profesionales- con el objetivo de lograr una actitud responsable en torno a la salud y la enfermedad, impulsando alianzas con instituciones, asociaciones de pacientes, empresas y otros agentes sociales.
Por su parte, Paciente Activo-Paziente Bizia proporciona educación en autocuidados, para que personas con enfermedades crónicas conozcan mejor su enfermedad, así como aquellos hábitos o conductas que ayuden a lograr un mejor estado de salud. Una característica diferenciadora de esta iniciativa es que la formación está dirigida por personas que tienen una enfermedad crónica o son cuidadores de alguien que convive con este tipo de patología. Otra experiencia de interés es Euskadi Lagunkoia, promovida por el Departamento de Empleo y Políticas Sociales del Gobierno Vasco en colaboración con la Fundación Matia, para incentivar la participación de las personas mayores y de la ciudadanía en la mejora de barrios y entornos en los municipios de Euskadi, de forma que los entornos físicos tengan en cuenta a las personas mayores reordenando sus estructuras y servicios para que sean accesibles y adaptadas a las diferentes necesidades y capacidades.
Para finalizar este repaso, me gustaría destacar la iniciativa Mugiment, puesta en marcha por los Departamentos de Educación, Empleo y Políticas Sociales y Salud de manera conjunta, para aumentar la práctica de actividad física y reducir el sedentarismo. De hecho, la Estrategia Vasca de Envejecimiento Activo 2015-2020 contempla la actividad física como forma de lograr un mejor envejecimiento, con mayor autonomía y demorando, lo más posible, la necesidad de cuidados.
A modo de conclusión, se puede afirmar que el alzhéimer tiene su lugar entre nosotros, y que afecta a muchas personas: los propios enfermos, sus familias y su entorno inmediato. Que la investigación sobre esta enfermedad está progresando rápidamente, y que los avances en ciencias básicas y los diagnósticos moleculares han proporcionado posibilidades sin precedentes para el desarrollo de fármacos. Si seguimos por esta vía, un paciente que en 2025 tenga los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer se tratará de forma sustancialmente diferente a como se hace ahora.
Pero este futuro optimista no debe hacernos bajar la guardia: consideramos prioritaria la actuación sobre los factores de riesgo que mencionaba antes. Para ello, no debemos limitarnos a que los profesionales de la medicina prescriban la gestión de los factores de riesgo. La sociedad y sus instituciones tenemos que ser capaces de ofrecer las condiciones adecuadas para actuar ante ellas. En ello estamos.
Fuente: diariovasco.com