¿Con quién o con qué pasas más horas al día? La respuesta, posiblemente, sea un qué. Y ese qué, probablemente, sea el teléfono móvil. En el bolsillo, en el bolso, incluso (todavía) hay quien lo lleva colgando del cuello. En 1995 los usuarios de este cada vez más pequeño aparato eran alrededor de 80 millones en todo el mundo; el pasado año superaron los 5.200 millones, según el informe de 2014 de KPCB, la sociedad de capital riesgo que rastrea nuevos negocios para apostar por los que creen que tendrán éxito. Algo que corroboran los datos de Xiaomi, la empresa china considerada la start-up más valiosa del mundo: pasó de vender 19 millones de smartphones en 2013 a 61 millones en 2014.
Incluso lo que se suele erigir como antepasado, véase cuadernos, se une al mundo digital mediante aplicaciones que permiten subir el bloc de notas al dispositivo. Todo es susceptible ya de ser adaptado. Empresas de casi todos los sectores desarrollan o investigan la forma de llegar más y mejor a sus clientes, y el teléfono, esa constante en la rutina, es la mejor forma. Hay quien intenta ir más allá del propio terminal. Tuenti publicaba en su blog el pasado 18 de junio que llega el phone sharing. No importa si te lo roban, se te cae a la piscina o te lo dejas en un taxi, puedes convertir cualquier móvil en tu móvil y llamar desde tu número entrando en su aplicación con tu usuario y contraseña.
Más allá del mundo de los operadores móviles, la salud. La mHealt fue término acuñado por Robert Istepanian en 2005: “El uso emergente de la comunicación móvil y la tecnología en red para la asistencia sanitaria”. Desde entonces, industria, gobiernos e investigadores han ido dando pasos en el desarrollo de este ámbito que cada vez amplía más las posibilidades en torno a la prevención y el control de enfermedades. El futuro se tejerá, en gran parte, a través de los dispositivos. Te presentamos ocho cosas, hoy imposibles, que podrás hacer con tu smartphone en unos años.
Realizar un control médico
La democratización de los conocimientos médicos en la sociedad crece desde la llegada de Internet, y las aplicaciones de este ámbito son algunas de las que más se nutren de los beneficios tecnológicos. Tanto, que la FDA (Agencia Americana de Medicamentos, en sus siglas en español) y la Unión Europea llevan más de dos años avanzando en la regulación de estas apps. La agencia norteamericana publicó en 2013 un informe con ciertas pautas que se debían seguir y avisaba de que revisarían aquellas que pudieran poner en riesgo al paciente. La Unión Europea creó, también hace un par de años, una lista de aplicaciones que, según sus criterios, eran útiles para los pacientes. Hablamos de un océano digital en el que hay más de 100.000 apps de salud en la Apple Store y la Google Play Store, según el último informe de Research2guidance.
Pero no solo las empresas están detrás de aprovechar al máximo las capacidades que puede dar el software de un smartphone. Desde hace años, también investigadores de todo el mundo realizan proyectos como el del Instituto Avanzado de ciencia de Tecnología de Corea (KAIST) que, en 2012, auguraba en una publicación alemana, Angewandte Chemie, que la tecnología de las pantallas táctiles podría usarse para detectar materia biomolecular como el ADN. “El primer paso para que un día puedan usarse para pruebas médicas”, según especificó Hyun Gyu Park, uno de los profesores de Ingeniería Química y Biomolecular que dirigió el estudio. Ese mismo año, el profesor asistente de Bioingeniería en Stanford Manu Prakash desarrolló una forma de usar el móvil para crear imágenes detalladas de la cavidad bucal en pacientes con lesiones sospechosas, con un dispositivo tan grande como un paquete de chicles, OScan. Y el pasado abril, el Journal of Mobile Technology in Medicine, publicaba la aparición de D-Eye, una aplicación creada por el doctor Andrea Russo que convierte el smartphone en un oftalmoscopio portátil capaz de grabar y transmitir imágenes y vídeos del ojo en alta definición.
Combatir la deforestación de las selvas tropicales
La deforestación, esa plaga mundial creada por el hombre, es también susceptible de frenarse gracias a un proyecto forestal que usa los teléfonos inteligentes como espías. Se trata de un proyecto de Rainforest Connection, una ONG con sede en San Francisco que emplea móviles reciclados para registrar e identificar los sonidos de las motosierras que se usan para la tala ilegal. Los dispositivos se colocan en los árboles y están equipados con paneles solares para recargar la batería; cada uno protege 3,14 kilómetros cuadrados y envía una alerta cada vez que detecta el sonido de las motosierras. Así, la app Rainforest Connection se convierte, según la propia organización, “en el primer sistema de detección en tiempo real en el mundo y proporciona los datos, abierta, libre y de forma inmediata, a cualquier persona”.
No cargarlo jamás (o tardar un minuto en hacerlo)
La batería. Esa pequeña parte que puede convertirse en la más odiada cuando la necesitaseX03 y no está. El uso continuo del aparato, la cantidad de aplicaciones que funcionan (en primer o segundo plano) y la cantidad de recursos que necesitan algunas de ellas, provocan que la barra verde desaparezca cada pocas horas. Una búsqueda en Google ofrece millones de resultados: cómo alargar la batería del móvil, trucos para hacer que las aplicaciones no la consuman, etcétera. Aunque con el tiempo se han ido mejorando y adaptando a los nuevos usos, sigue siendo un problema si no se dispone de una de esas baterías portátiles a las que, obvio, el piloto también se les pone en rojo. Pero no todo está perdido, científicos de la Universidad de Stanford han inventado la primera batería de aluminio de alto rendimiento: carga duradera, rápida y con un coste bajo. Hongjie Dai, profesor de Química en la universidad, y sus colegas la definen como “una batería de aluminio-litio recargable y ultrarrápida”. Mientras que la recarga actual de un smartphone puede durar un par de horas, esta nueva batería podría hacerlo en un minuto.
Ayudar a crear un páncreas artificial
347 millones son las personas con diabetes en el mundo, según las cifras de 2014 de la OMS; organización que además, estima en 1,5 millones las muertes por esta afección en 2012 y señala que en 2030 será la séptima causa de mortalidad. Esta enfermedad crónica aparece cuando el páncreas no produce suficiente insulina o cuando el organismo no usa de forma eficaz esta hormona, que regula el azúcar en la sangre. Desde la Universidad de Virginia, Daniel Cherñavvsky contesta al teléfono. Es uno de los investigadores que trabaja en la tecnología para crear un páncreas artificial a través del software creado por el centro de diabetes tecnológica de la universidad incorporado a un móvil Android para pacientes con diabetes tipo 1 (la que suele desarrollarse en el inicio de la infancia).
"Este dispositivo regula la administración subcutánea de insulina de modo que siga la onda ascendente o descendente de glucosa en la sangre. Si el azúcar en la sangre sube, el sistema avisa a la bomba de que tiene que mandar más insulina y viceversa. La manera en que el sistema se informa del valor de glucosa es mediante un sensor colocado en el tejido subcutáneo que mide la glucosa del fluido intersticial del paciente cada cinco minutos, esa es la información que manda al teléfono. Nosotros lo monitoreamos de forma remota", explica Cherñavvsky, que sigue a 30 pacientes repartidos por todo el mundo. Por ahora, el sistema tiene valor predictivo pero no adaptativo: "Avisa media hora antes si el paciente va a estar en hipoglucemia o hiperglucemia. Nuestro próximo reto es que no solo funcione con valores predeterminados, sino que se adapte a los hábitos de conducta diaria del afectado".
Los resultados médicos avalan una mejora en la regulación de la glucemia manteniendo al paciente en normoglucemia, valores normales de azúcar en la sangre, por más tiempo durante el día, y evita riesgos de hipoglucemia, sobre todo durante la noche, que pueden generar complicaciones como convulsiones o, incluso, la muerte. Desde el punto de vista social, este sistema permite una rutina más fácil y más llevadera, "sobre todo en adolescentes", puntualiza el investigador. Pero, ¿cuánto queda para que esto sea una realidad? No mucho, según las previsiones del equipo: "No tengo una bola de cristal y no quiero aventurar nada, pero podría estar en el mercado en dos años o dos y medio".
Reducir la contaminación
“Cómo se nota cuando llueve”. Es una frase bastante común en Madrid, y se refiere a la calidad del aire que se respira. No muy buena, como en casi cualquier gran ciudad del mundo. El último informe de la OMS, publicado el pasado abril, sobre el coste económico que produce la polución del aire en la salud, dio como resultado que la contaminación le pasa una factura a Europa de 1,4 billones de euros en enfermedades y muertes cada año. Contra estas cifras trabajan organizaciones internacionales, asociaciones, gobiernos y ahora, incluso el papa Francisco.
En el MIT, un equipo de investigadores químicos, ha creado un sensor que puede ser leído por un móvil y que detecta gases y contaminantes ambientales (amoníaco gaseoso, ciclohexanona y peróxido de hidrógeno, entre otros). Los dispositivos no son caros de fabricar, una de las razones por las que podrían extenderse fácilmente y que desde el propio equipo ponen en valor.
Colaborar en la lucha contra alzhéimer, el cáncer o el párkinson
“Ayuda a los científicos de la Universidad de Stanford a estudiar el alzhéimer, el párkinson y muchos tipos de cáncer simplemente instalando un programa en su ordenador”. Es la primera frase que puede leerse en la página dedicada al proyecto Folding@home. Una colaboración a la que cualquiera puede unirse y que consiste en permitir que el equipo de la investigación use tu ordenador para hacer simulaciones mientras duermes. Ya tiene más de 139.000 personas que se han unido a su causa, lo que significa que procesan los datos en 139.000 equipos alrededor del mundo. Ahora han desarrollado ese concepto para móviles con el mismo nombre y ya está disponible en la Google Play Store.
“Hay mucha gente con teléfonos muy poderosos, si podemos usarlos de manera eficiente, se prepara el escenario para algo realmente grande”, explicó Vijay Pande, el director del laboratorio que ha creado este proyecto de software. El estudio pretende conocer más a fondo el proceso de plegamiento de proteínas, ya que un error en esa cinta lineal de moléculas que se estira y se enrolla como un ovillo puede causar enfermedades. El equipo explicó que, por ejemplo, en pacientes con cáncer, los doctores disponen de varios medicamentos para prescribir, y necesitan hacer el mejor diagnóstico posible para elegir qué droga dar primero. Si fallan, tienen que volver a decidir. En enfermedades tan sensibles al tiempo como el cáncer, el proceso se dificulta. Conocer el funcionamiento de las proteínas, aseguran, ayudaría a decidir mejor ese primer medicamento. Algo que podría salvar muchas vidas.
Imprimirlo desde casa
En los últimos años las impresoras 3D hasta han cocinado. Casi cualquier cosa parece posible con estos aparatos. ¿Por qué no un smartphone? Ya puede imprimirse la carcasa de un móvil, incluso personalizada, en esta página web. ¿Cuánto tiene que pasar para que puedan imprimirse los distintos componentes? No mucho si las empresas que los fabrican decidieran dejar volar los diseños.
Vivir en una ciudad inteligente
Tal vez sea en un laboratorio de la Universidad de Washington donde esté la clave para hacer factible una ciudad inteligente. Los múltiples sensores que hacen posibles estos lugares requieren de una fuente de energía continua para trabajar. Investigadores de la universidad estadounidense están probando un nuevo método que recoge energía a través del aire, usando las señales de radiofrecuencia que envían los routers y canalizándolos a otro router estándar. Ya han sido capaces de cargar pequeños dispositivos sin que eso perjudicara la velocidad de navegación del lugar de donde provenía la señal. El equipo del Sensor Systems Laboratory es consciente de que, en este momento, la energía que pueden producir se limita a la carga de aparatos de reducido tamaño. Pero este es solo un primer paso.
Esta información, patrocinada por Tuenti, ha sido elaborada por una colaboradora de EL PAÍS.
Expectativas brutales
Manuel Pérez-Alonso es profesor en la universidad de Valencia, investigador y director del Instituto de Medicina Genómica de Valencia.
P. ¿En qué contexto se están produciendo los avances?
R. Casi todo lo que se hace hoy en genética es para el diagnóstico y el cuidado de personas con una enfermedad. Pero la evolución a la que vamos, y de forma bastante rápida, es que todo el conocimiento del genoma va a permitir atender y cuidar también a las personas sanas. En Europa va más lento, y en España es muy minoritario (casi en la frontera de lo creíble) pero en Estados Unidos es una realidad más cotidiana; algunas empresas ya hacen estudios genómicos a personas sanas y les ofrecen hábitos y pautas de vida.
P. ¿Cuál es la “foto” hoy?
R. De todo el genoma humano, solo conocemos el funcionamiento con bastante detalle de 3.000 del total. En el resto, cuando se produce un cambio o una mutación, aunque los veamos, no sabemos qué consecuencias tendrá para esa persona. Pero eso está cambiando cada vez más rápido, casi cada semana se van descubriendo nuevas funciones biológicas de esos genes que siguen en la nebulosa.
P. ¿Cómo encajan las aplicaciones móviles en este desarrollo?
R. Llegó Internet, luego la nube, el big data y las aplicaciones móviles, que van va a tener una utilidad dentro de este campo. Se está visionando una situación en la que las personas van a tener su genoma completo. Esa información tendrá que ser, no solo almacenada, sino reanalizada periódicamente en función de la nueva información que vayamos consiguiendo. El almacenamiento es la parte más sencilla, y ahí están ya Google, Amazon y Apple compitiendo por dar ese servicio.
P. ¿Cómo ve el futuro?
Es difícil plantear un futuro a largo plazo, pero en 20 años, por ejemplo, creo que es una certeza que, si siguen existiendo las apps, será ahí donde saltará la notificación de que hay una nueva versión en el conocimiento del genoma humano, lo que significará que podrán volverse a reinterpretar esos datos y saber más sobre la propia constitución biológica. Las expectativas sobre lo que se puede hacer son brutales.
Fuente: elpais.com