Los recuerdos son uno de los regalos más valiosos de los que disponemos los seres humanos. Los buenos nos hacen revivir momentos magníficos, en los que fuimos tan felices que quedaron grabados en nuestra mente. Incluso los malos tienen su parte positiva en ciertas ocasiones, en las que las malas vivencias se aferran a nuestra memoria para dejarnos claro lo que no nos gusta o no deberíamos volver a hacer. También son la mejor conexión que tenemos con aquellos que ya no están o que hace mucho tiempo que no vemos. Por eso nos resulta tan aterradora la idea de quedarnos sin ellos.
Por desgracia, con el paso del tiempo algunos de estos recuerdos, antes grabados con gran viveza, van desapareciendo de nuestra mente, incluso en ausencia de cualquier trastorno. Si además se desarrolla alguna afección neurodegenerativa, como el Alzheimer, se inicia una carrera entre la memoria y la enfermedad, en la que, lamentablemente, siempre termina venciendo la segunda. ¿Pero se puede hacer algo para ralentizar a la enfermedad y hacer la carrera al menos un poco más larga? Para dar respuesta a esta pregunta Begoña Martínez Herrada, neuropsicóloga del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Arrixaca, nos da algunas pautas.
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