Rosa ha pasado el confinamiento con su marido y sus dos hijos, Jesús y Tamara, de 32 y 23 años, ambos con parálisis cerebral. Antes del estado alarma iban al centro de día de Adislan y después a las actividades de ocio de Tinguafaya, entre las nueve de la mañana y las ocho de la tarde. Ahora, como todos, pasan prácticamente todo el día en casa. “Hay más días malos que buenos”, dice Rosa, mientras que lo único que dice Jesús es que quiere salir, y lo repite insistentemente: echa de menos el centro y a sus compañeros.
Hay otros dependientes, que no siempre lo fueron, con demencias o Alzheimer. Manuel Ruiz, presidente de AFA, la asociación de familiares de enfermos de Alzheimer, dice que en la residencia de Las Cabreras ya se está volviendo a la normalidad, después de que tuviera que ser desalojada y fumigada por el positivo de una doctora. La facultativa ya ha vuelto al trabajo y los residentes, que tuvieron que ser trasladados y a su vuelta instalados, algunos, de forma provisional en zonas comunes para no compartir habitación, también han regresado a sus habitaciones.
Los internos no notan la diferencia con la situación anterior, pero los usuarios del centro de día y de apoyo domiciliario sí. Son unos cincuenta en cada servicio. “Las familias lo llevan como pueden, claro, es un trastorno enorme”, dice Manuel Ruiz. “Se han dado estados de ansiedad”.
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