Metidas en los tarros de formol hay unas masas grisáceas. Quién lo diría: nosotros somos eso, esa cosa húmeda y blandengue. Dentro de un cerebro cabe un universo: hay tantas neuronas como estrellas en la Vía Láctea, pero también cabe todo un universo personal: las emociones, la memoria o todo el conocimiento que adquirimos, un mundo metido en un órgano que pesa cerca de un kilo y medio. Dicen por aquí que los visitantes suelen asociar los cerebros a la comida. La verdad es que el cerebro, por su aspecto, podría estar hecho de foie gras de oca, o ser una coliflor, o un champiñón gigante. Eso sí, no despierta el apetito, más bien al contrario.
En el Banco de Cerebros del Hospital Universitario Fundación Alcorcón custodian unos de 2.500 cerebros donados para la investigación científica. Los tratan con todo el cuidado y consideración, y bajo fuertes medidas de seguridad. “No hay que olvidar estos 2.500 cerebros eran 2.500 personas”, apunta Marisa Casas, directora del Banco. Es el objeto más complejo que existe, y el único que trata de comprenderse a sí mismo. En estos laboratorios están en ello.
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