Un joven de Caleta de Vélez escribe una carta a sus abuelos de 80 años que conviven con esta enfermedad y que se ha convertido en un fenómeno en redes sociales
"¿Y tú quien eres?, cuatro palabras que te destrozan el corazón al escucharla en boca de esa persona con la que llevas años compartiendo tu vida", dice Antonio
No sabía cómo empezar la carta. Tampoco se atrevía a publicar esta imagen, pero sabía que tenía que hacerlo. "Pero temía que estas estropearan la belleza de la instantánea, pero por otro lado necesitaba contarle al mundo la grandeza de esta historia, la de mis abuelos, la de dos héroes anónimos, la de su lucha diaria contra ese monstruo llamado alzheimer y al que se enfrentan juntos".
Ismael Padilla tiene 25 años, los que ha pasado criándose con ellos en Caleta de Vélez. "Mi madre me tuvo con 16 años y yo paso más tiempo aquí con ellos que en casa", explica este joven graduado en Trabajo Social. "Ellos tienen -concluye Ismael- el amor como mejor arma". Y se decidió a escribir esta carta y, como muchos otros, la compartió en Facebook. Y la historia de amor de Matilde y Antonio, que no entiende de ecuerdos pero sí de sentimientos, corrió como la pólvora de muro en muro.
CARTA DE ISMAEL PADILLA A SUS ABUELOS
¿Y tú quien eres?, cuatro palabras que te destrozan el corazón al escucharla en boca de esa persona con la que llevas años compartiendo tu vida.
Ya lo dijo Pasqual Maragall cuando fue consciente de que tenía alzheimer, "los recuerdos se borran pero los sentimientos no".
uando veo a mis abuelos parece cobrar vida esa frase, en unas días, él cumplirá 80 años, ella no podrá felicitarlo, pero seguro que él encontrará esa felicitación en cualquiera de los muchos apretones de manos con los que cada día ella le demuestra que lo necesita y le pide que no se levante del sofá. Un apretón de manos, que es un grito de desesperación, un esfuerzo por agarrarse al tren de la vida, intentando rebelarse contra un destino que la atrapa, un intento de levantarse contra ese monstruo que con el paso de tiempo se fue haciendo más grande. Como olvidar esos días en los que al inicio de la enfermedad, en esa montaña rusa de emociones en la que te viste obligada a subir y en la cual eras consciente de tu situación, nos preguntabas entre sollozos que me está pasando, aun retumban esas palabras en mí, una frase que esconde tras si toda la crueldad de esta enfermedad y a la que ninguno nos atrevimos a responder.
Ese sofá precisamente, ha sido testigo de una historia de amor como pocas. Y que esta maldita enfermedad no vino más que a demostrar que ese amor estaba más vivo que nunca.
Al fondo de la imagen un retrato de ambos de hace tiempo, que cruelmente os recuerda que los mejores años ya pasaron, pero que también os demuestra que los mejores recuerdos no cuelgan sobre una pared, ni están en la cabeza, los mejores recuerdos están en el corazón.
En la Universidad, estudie el trato que hay que dar a las personas con alzheimer, pero ningún profesor fue capaz de enseñarme tanto como lo hizo mi abuelo y ningún libro fue capaz de ilustrarme esa realidad como lo han hecho ellos.
Ella se ha olvidado de el mundo, pero él a diario le recuerda que el mundo no se ha olvidado de ella y que sigue muy viva en nosotros.
Año tras año, él se presenta con un ramo de flores cada cumpleaños de ella, es uno de los detalles más sonoros de esta historia, pero no el único.
Las pequeñas acciones del día a día son las que de verdad hacen grande a esta historia , darle la comida, llevarla al baño, a la peluquería, pero sobretodo levantarla de la cama cientos de veces con la dificultad que eso supone, demuestran que no se rinden y que se niegan a aceptar la derrota.
Una cama que imagino en el silencio de la noche, cuando la luz se apaga, a oscuras y se quedan a solas, bajo la manta y él le echa el brazo por encima, fundiéndose en un abrazo que esconde tras si toda la ternura del mundo. Porque el espacio que deja el olvido puede ser ocupado por la ternura.
Al lado de esa cama estaba mi cuna, en la que crecí, en la que jugué, en la que reí, en la que lloré, en la que me mimasteis y en la que aprendí a llamaros papa y mama, muchos se sorprenden cuando os llamo así, pero sería injusto hacerlo de otra forma.
Pero al igual que ellos, confío en que habrá miles de Antonios y Matildes repartidos por el mundo, luchando juntos, contra esta enfermedad, demostrando que el cariño es la mejor medicina y el amor la mejor terapia.
Esta no es una historia sobre el alzheimer, esta es una historia sobre el amor y en el que el alzheimer no hizo más que confirmar cuanto amor había.
Fuente: diariosur.es