Desde hace años numerosos estudios han demostrado hasta qué punto el azúcar puede ser tremendamente adictivo y perjudicial para la salud. Se ha llegado a comparar el azúcar con una droga dura a causa de su nivel de adicción, que llega incluso a generar “mono” en sus consumidores habituales. En experimentos con ratas se ha demostrado que llega a ser más adictiva que la cocaína o que la heroína. La glucosa es la principal fuente de energía del cerebro, pero el organismo es capaz de obtener glucosa prácticamente cualquier nutriente que le llegue, por lo que la necesidad vital del azúcar (en realidad sacarosa, que es un disacárido resultado de la unión de una molécula de glucosa y otra de fructosa) como alimento es muy cuestionable.
A pesar de eso consumimos azúcar continuamente, incluso cuando no somos conscientes de hacerlo. Aparte de los refrescos y la inmensa mayoría de los alimentos dulces (cereales, zumos, bollería, lácteos, postres, etc.), también se le añade azúcar a cosas que deberían ser “saladas” como algunas salsas, el pan, snacks derivados del maíz, fiambres, embutidos, etc. El azúcar se ha asociado también a la prevalencia de numerosas enfermedades como la hipertensión arterial, el cáncer, la insuficiencia cardiaca, la diabetes mellitus, la obesidad y hasta el Alzheimer. Ahora, investigadores australianos han descubierto el daño que el azúcar puede causar en el cerebro.
Cuando una persona sufre una experiencia traumática o estrés extremo en edades tempranas de la vida, es posible ver reflejado ese daño en unas áreas específicas del cerebro. Cuando un niño vive situaciones de este tipo aumentan los niveles de cortisol en sangre, lo que se conoce como la hormona del estrés o, al menos una de ellas. Los investigadores observaron el impacto tanto de situaciones de gran estrés temprano en el cerebro de las ratas como de consumo de azúcar por medio de cuatro grupos: uno que no había sufrido estrés ni había consumido azúcar, otro sin estrés y con azúcar, un tercero con estrés y sin azúcar y, el último, con estrés y con azúcar.
Los resultados señalaba a que el consumo crónico de azúcar afectaba el desarrollo normal en el cerebro, de hecho afectaba a un menor desarrollo del hipocampo. Al comparar el grupo de ratas a las que se les creó una situación de estrés en la infancia con el que recibió azúcar se vio que en ambos casos afectaba a los receptores de cortisol y, por ende, a la capacidad del animal de recuperarse tras una situación traumática o estresante. Se vio también, en referencia a un gen vinculado al crecimiento de los nervios, que ante situaciones tanto de estrés como de consumo de azúcar se redujo. Inicialmente, el grupo de ratas que sufrió estrés y exposición al azúcar no sufrieron más que los grupos antes mencionados, pero los científicos sospechan que los daños podrían ser mayores de haber mantenido el consumo de azúcar por más tiempo.
Está por verificar si el consumo de azúcar puede afectar el cerebro humano en igual medida que el de las ratas, pero se sabe, por ejemplo, que las personas que han sufrido traumas severos en la infancia presentan cambios estructurales en el hipocampo, así como que las personas que siguen dietas más “occidentales”, que habitualmente incluyen mayores niveles de azúcar, tenían hipocampos con un volumen menor.
Fuente: teknlife.com