Iba para ingeniero de telecomunicaciones, pero en el último momento se decantó por la medicina. En concreto, por la neurología. Apolinar Gómez Díaz-Castroverde (Corgo, Lugo, 1951) -'Poli' para sus colegas y 'doctor Castroverde' para los pacientes- se ha jubilado. El 28 de febrero cumplió 65 años, lo que le ha 'obligado' a dejar el Hospital de Cabueñes tras 29 años en la sanidad pública gijonesa. Este gallego de nacimiento, al que Asturias le enganchó «desde el primer momento», habla pausado y reflexivo. Se toma su tiempo, como hacía con los pacientes. Las prisas no son buenas aunque en la agenda no quepa una cita más. Antes de recalar en Gijón, «en los años duros de la crisis de los ochenta», pasó por el antiguo Hospital General de la extinta Diputación, en Oviedo, donde hizo la especialidad. El doctor Castroverde lleva apenas dos meses jubilado y asegura echar de menos la consulta, a sus pacientes y a algunos de sus compañeros. Tiene un recuerdo especial para Ana, auxiliar con la que hacía tándem en la consulta y a la que ganó como amiga, «a pesar de que teníamos alguna que otra discusión» (sonríe). También a Manuela, la secretaria de planta y a Begoña, la supervisora. La lista es amplia, asegura, imposible de sintetizar en una entrevista.
¿Qué tal lleva la jubilación?
Sinceramente, no lo llevo bien por el momento. No porque sufra, faltaría más, pero no consigo adaptarme.
Bastante. Han sido muchos años. A Cabueñes llegué en 1987. Sin darte cuenta, acabas convirtiendo tu actividad médica en parte de tu vida y romper con todo eso, de repente y de un día para otro, me está costando.
De haber podido jubilarse a los 70 años, como se permitía en Asturias hasta 2009, ¿habría seguido?
Seguramente, sí. Creo que el sistema actual debería ser más flexible. Es contradictorio que digan que los hospitales son empresas del conocimiento y luego no se aproveche ese conocimiento acumulado.
Algunos colegas suyos proponen implantar un sistema similar al de Estados Unidos, donde los médicos jubilados considerados 'valiosos' para la sociedad pasan a ser seniors y forman a gente joven.
Desconozco cuál es el modelo de otros países, pero lo que está claro es que habría que hacer algo para que todo ese conocimiento de un amplio volumen de profesionales no se pierda, como ocurre ahora.
Administrativamente lo han jubilado. Como médico, ¿se siente así?
La vocación la llevas siempre contigo, aunque llega un momento en que si no tienes actividad clínica te acabas descolgando.
¿Pensó en adentrarse en la privada?
Le estoy dando vueltas, pero aún no lo he decidido.
¿Cómo era el Hospital de Cabueñes cuando llegó en 1987?
Uf, era un hospital pequeño y familiar. Cuando estábamos de guardia, comíamos todos en una misma mesa, donde igual había un anestesista que el cura del hospital o un cirujano. Era muy guapo aquello. Recuerdo que había muchísima restricción con lo de las visitas y que el médico gozaba de un estatus mayor. Eso, con el tiempo, se fue perdiendo y, por ejemplo, en el caso de los facultativos hemos pasado a hacer tareas que podría realizar personal auxiliar.
Y para los enfermos, ¿era mejor antes o ahora?
Desde el punto de vista del confort y la tecnología, los hospitales son mejores ahora. En cuanto a la relación médico-paciente, ahora es menos paternalista y más deshumanizada.
¿No cree que se ha perdido el respecto al personal sanitario?
La masificación de las consultas y la tecnificación han hecho que la relación entre el médico y el enfermo se distancie. Muchas consultas son por motivos banales. Eso consume tiempo y detrae recursos del que realmente los necesita. Las relaciones sociales son más iguales ahora y eso no necesariamente supone una falta de respeto. El respeto es recíproco.
¿Las tecnologías incrementan esa distancia de la que habla?
Soy un gran defensor de las nuevas tecnologías porque el progreso, sobre todo en medicina, pasa por ahí. Pero sí es cierto que la irrupción del ordenador en las consultas ha hecho que se pase más tiempo mirando a la pantalla que se interpone ante el paciente. Los ciudadanos tienen una fe ciega en las máquinas, que no son sino un mero instrumento auxiliar. Como todo, hay que intentar un equilibrio.
Cuando empezó, ¿las consultas estaban tan masificadas como ahora?
Sí, eso fue de siempre. La neurología ha tenido una gran demanda en Cabueñes. Las consultas estaban masificadas cuando éramos cuatro y siguen masificadas siendo trece.
Pero ahora hay más prestaciones.
Sí. La cartera de servicios es ahora más extensa. En los últimos años se consiguieron muchas cosas en Cabueñes. Se abrió la unidad de ictus, se instauraron las guardias de neurología...
¿Los trastornos neurológicos son los mismos que cuando comenzó?
De los enfermos que ingresan por un problema neurológico, la mitad lo hace por ictus y enfermedades cerebrovasculares y la otra mitad es muy variada: desde meningitis, trastornos de la marcha hasta esclerosis múltiple. Lo que más cambió fueron los métodos diagnósticos.
¿Son mejores?
Especialmente en imagen han avanzado muchísimo y se han hecho más accesibles. En los años 80, para solicitar una resonancia había casi que echar una instancia al Rey y se pedían una o dos al mes. Eran pruebas que no se podían hacer en Asturias porque no teníamos las máquinas, y los enfermos eran trasladados a León o a Santiago. Sin embargo, ahora son pruebas que se piden casi de rutina.
Eso tampoco es bueno, ¿no?
Se abusa un poco, pero para determinados procesos suponen una gran seguridad diagnóstica.
Aún no hemos hablado del alzhéimer ni del párkinson.
Dos grandes áreas de la neurología degenerativa. Cuando empecé, recuerdo que una persona de 80 años era ancianísima y si tenía alzhéimer o alguna demencia de edad avanzada, el propio enfermo y la familia lo asumían como algo normal, propio del envejecimiento. Hoy, sin embargo, ya se ve como una enfermedad.
En Asturias hay muchos más casos que en otras regiones, ¿verdad?
Claro, porque el alzhéimer es una enfermedad vinculada a la edad y en Asturias hay mucha población muy mayor. No es que haya más alzhéimer, sino que hay más gente anciana.
¿Es la enfermedad más devastadora a la que se enfrentó?
No, para mí la peor es la esclerosis lateral amiotrófica. El alzhéimer es más devastadora para la familia y el entorno que para el propio enfermo. Sin embargo, la ELA es devastadora también para el que la sufre.
«El azúcar no es bueno»
¿Habrá algún tipo de revolución en las terapias del alzhéimer como en su día ocurrió con el cáncer?
En los años 90 se apostó mucho por el cerebro y se creía que en el plazo de diez años contaríamos con un tratamiento efectivo contra el alzhéimer. Pero no fue así porque es más complicado de lo que parece. Imagino que se acabará dando con la tecla, pero aún falta mucho.
¿Un consejo para un cerebro sano?
Los consejos son los mismos que para estar sano en general: dieta saludable, ejercicio y añadirle, en el caso del cerebro, una actividad intelectual. El cerebro, si dejas de utilizarlo, se atrofia. Hay que exigirle y cultivarlo.
¿Y el consejo de las abuelas de que el azúcar es bueno para el cerebro?
Sí, es verdad que se decía, pero el azúcar no es bueno para casi nada.
¿Qué aprendió en este tiempo?
Aprendí muchísimo, sobre todo de los pacientes. Las consultas son un observatorio social importantísimo.
¿Se ve la crisis en las consultas?
Sí, claro que se ve. De hecho, las patologías cambian. En tiempos de crisis se ven muchos más casos de pacientes que somatizan sus problemas y los convierten en molestias, depresión, ansiedad...
Fuente: elcomercio.es