Ahora mismo hay dos cerebros activos en tu cuerpo. Uno en tu cabeza y otro en tus intestinos, autónomo, con 100 millones de neuronas, tan listo como el cerebro de un gato. ¿Cómo te pensabas que se regula el hambre o la sensación de miedo o estrés que te causan pinchazos en el vientre? Y no sólo eso: también es capaz de controlar tu estado de ánimo.
Pero que nadie se asuste: “El sistema nervioso entérico [así se llama este segundo cerebro] no es capaz de pensar tal y como entendemos, pero se comunica con nuestro cerebro con resultados profundos”, aclara Jay Pasricha, director de Neurogastroenterología del Centro Johns Hopkins.
Dicho fácil y rápido, en palabras de Heribert Watzke, investigador en materia de alimentación de Nestlé, “nuestro intestino está conectado con el sistema límbico del cerebro y conversan, toman decisiones”. El intestino envía una serie de señales, tales como la de buscar el gusto, la recompensa y la satisfacción que son en parte responsables de nuestra evolución a lo largo de 2 millones de años.
¿Todavía no lo entiendes? El cerebro y los intestinos forman un eje que es como “una superautopista de información y proporciona actualizaciones constantes de los dos extremos de tu cuerpo. (...) Monitoriza el tracto digestivo desde el esófago hasta el ano”, explican Justin y Erica Sonnenburg para Scientific American.
Los "vehículos" que transitan por ahí son hormonas y otros compuestos químicos que dan respuesta al cerebro sobre nuestra hambre, nuestro estrés o de si hemos ingerido microbios que nos van a enfermar. Y también regula la velocidad en que la comida transita por el intestino, la secreción de ácido en nuestro estómago, la producción de mucosa y la flora intestinal.
Porque como dice Watzke en su charla de TedTalks, los intestinos son “el sistema de defensas más grande que protege al cuerpo”. Hay que imaginarlos como guardaespaldas de élite: sagaz, eficiente e imponente, porque tiene ni más ni menos que 40 metros de largo y 400 metros cuadrados de extensión, 500 millones de células nerviosas y 100 millones de neuronas y 20 tipos distintos de ellas.
Y aunque parezca un cuento nuevo, no lo es en absoluto. Según explica Watzke, “hace 150 años los anatomistas ya describieron de manera detallada la estructura del aparato digestivo y vieron que en el intestino delgado, en el interior de sus músculos, hay una gran cantidad de tejido nervioso que penetra hasta la submucosa, donde se encuentra el sistema inmune. El intestino tiene microcircuitos autónomos. Siente cada tipo de comida. Sabe qué hacer exactamente con ella”.
Por otro lado, no es casual que cuando sentimos “mariposas en el estómago”, el cerebro del estómago está hablando el cerebro de la cabeza. Los nervios o los miedos hacen que la sangre de los intestinos vaya a los músculos, y esa es la forma de protestar que tiene el estómago.
Porque el 95% de la serotonina, la llamada hormona de la felicidad, la responsable de nuestro buen humor, se encuentra en el intestino. Así que tampoco es de extrañar que si nuestro sistema nervioso y nuestros intestinos están programados para reaccionar negativamente ante algunos alimentos, es mejor que los evitemos para así sentirnos mejor tanto física como anímicamente.
Así lo explican los Sonnenburg: “El sistema nervioso entérico puede ocasionar trastornos emocionales en aquellos que pacientes que sufren de problemas gastrointestinales”. Y señalan que los investigadores están encontrando pruebas de que la irritación en el sistema gastrointestinal manda señales al sistema nervioso central que provoca cambios de humor.
Y añaden que “ la microbiota del intestino influye en el nivel de serotonina que regula los sentimientos de felicidad. Pruebas recientes indican que no solo nuestro cerebro está alerta de los microbios que hay en el intestino, sino que también estas bacterias pueden influenciar nuestra percepción del mundo y alterar nuestro comportamiento”.
Fuente: playgroundmag.net