El cerebro que creó las series Verano Azul y Farmacia de Guardia reposa en formol en un estante en el madrileño barrio de Vallecas. El director Antonio Mercero vivió con alzhéimer los últimos años de su vida, pero siguió quedando con sus viejos amigos. Uno de ellos, el cineasta José Luis Garci, recordó en una entrevista que un día Mercero les dijo: “Me hace gracia lo que contáis, aunque no sé quiénes sois. Pero sé que os quiero mucho”. El creador, tras una década con demencia, falleció en 2018 a los 82 años y donó su cerebro a la ciencia. Quería que su materia gris ayudara a iluminar la conocida como “gran epidemia silenciosa del siglo XXI”.
El patólogo Alberto Rábano camina entre cerebros con cariño y respeto, como si los conociera a todos. Dirige el Banco de Tejidos de la Fundación CIEN, con más de un millar de órganos donados —incluido el de Antonio Mercero— dedicados a la investigación de las enfermedades neurológicas. El científico reflexiona sobre una gran paradoja: más de un siglo después del descubrimiento del alzhéimer, no se conocen sus causas y no existe ningún tratamiento. Nada. Y, sin embargo, la incidencia está cayendo en picado en los países ricos, a un ritmo del 16% cada década desde 1988, quizá gracias a factores como la educación y la salud cardiovascular, según un estudio de la Universidad de Harvard.
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