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El insomnio «agota» y destruye el cerebro de cuatro millones de españoles Leer más: El insomnio «agota» y destruye el cerebro de cuatro millones de españoles

No importa tanto la cantidad de horas que dormimos, sino cuánto las aprovechamos. Y en España, donde dormimos una media de una hora menos que en el resto de países europeos, además, lo hacemos mal.

Así lo reflejan los datos. Según la Sociedad Española de Neurología (SEN), entre el 25 y el 35 por ciento de la población adulta en nuestro país padece uno de los trastornos más importantes del sueño, el insomnio transitorio, y entre un 10 y un 15 por ciento, lo que supone más de cuatro millones de adultos españoles, sufre insomnio crónico.

«Los pacientes suelen atribuir el problema a la privación del sueño. Vienen a consulta diciendo que duermen poco, pero en realidad el problema es que permanecen en un estado de alerta excesivo durante todo el día», explica Rafael del Río, jefe de la Unidad del Sueño del Hospital Vithas Nuestra Señora de América de Madrid.

Existen diferentes tipos de insomnio. «El de conciliación, en el que no se logra conciliar el sueño; el de mantenimiento o fragmentado, en el que el individuo se despierta con frecuencia varias veces en la noche; el precoz, por el cual uno se despierta antes del tiempo que se había establecido; la sensación de sueño no reparador, y, por último, el paradójico o mala percepción del sueño, en el que la persona se queja de que duermen menos aunque las pruebas de sueño muestran un patrón de sueño normal», explica Hernando Pérez Díaz, coordinador del Grupo de Sueño de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Daño cognitivo

Si bien es conocido que los problemas de insomnio están relacionados con hipertensión, diabetes y obesidad, afectan más si cabe a nuestro cerebro. Tanto es así que esta enermedad produce déficits cognitivos y de memoria, problemas de ansiedad y depresión. «Produce alteraciones subcorticales que afectan a la capacidad de atención y concentración. Muchos comentan que sufren “fallos de memoria” porque se les olvidan las cosas, y esto no es exactamente así, no es por memoria, sino por atención», especifica Pérez Díaz.

Sobre el rendimiento cognitivo que se produce por la falta de sueño, Rafael del Río explica que «se generan problemas de capacidad para retener información. El paciente, digamos, no capta lo que ocurre a su alrededor».

Otras dolencias

Nadie se libra. Ocurre también en la vida de individuos sanos, porque las horas de descanso «influyen en el desarrollo del Sistema Nervioso Central (SNC), así como en el día a día, y en el envejecimiento. En este último caso, se ha demostrado su relación con enfermedades como el alzhéimer», explica Del Río. Algo que corroboran desde la SEN, y añaden que también existen problemas neurológicos que pueden provocar insomnio, como la demencia, la enfermedad de Parkinson, el síndrome de piernas inquietas, la narcolepsia, la hipersomnia, traumatismos craneoencefálicos, encefalopatías...

Pero también otras como la apnea del sueño, que afecta a la capacidad intelectual, al rendimiento y que aumenta el riesgo de hipertensión y, por lo tanto, de lesiones cerebrovasculares o ictus; o aquellas dolencias neuromusculares que, al provocar dificultad respiratoria, producen insomnio. «Se estima, por ejemplo, que los trastornos del sueño pueden llegar a afectar al 98 por ciento de los enfermos de párkinson, dependiendo de la evolución de la enfermedad o que el 25 por ciento de los enfermos de alzhéimer, en cualquiera de sus fases, padecen insomnio», destaca Pérez Díaz.

La muerte

Un día, dos, tres... si la persona pasa el umbral de entre siete o diez días sin dormir «ya se trata de un problema serio. «La privación crónica del sueño aumenta el riesgo cardiovascular, empezaría a sufrir alucinaciones, temblores, espasmos involuntarios», dice Pérez Díaz, que añade, no obstante, que «no dormir es incompatible con la vida».

Los expertos consideran que no sería la falta de sueño como tal, lo que acabaría con nosotros, sino el daño cerebral que se produciría. Así, un trabajo publicado en el «American Journal of Medicine» concluye que el insomnio persistente se asocia a un incremento de riesgo de fallecimiento por daño cardiopulmonar. «Descubrimos que las personas con insomnio persistente tenían un mayor riesgo de morir por enfermedades cardiacas y pulmonares, independientemente del sexo, la edad y otros factores conocidos, según explicó Sairam Parthasarathy, quien dirigió el trabajo, en el que analizaron la persistencia de las quejas de insomnio entre 1.409 individuos durante varias décadas.

Por su parte, Rafael del Río aclara que «hay que dismitificar el concepto mortal. Hay dos falsedades que se deberían tener en cuenta. Una es que los experimentos sobre la privación del sueño y su relación con la muerte se hacen en animales, en roedores, que a los siete u ocho días mueren, pero no por no dormir, sino por el estrés al que se ven sometidos para privarlos del sueño. Por otro lado, hay que distinguirlo del insomnio familiar fatal, que es una enfermedad rara en la que un prión (proteína anómala) afecta al tronco del encéfalo. El paciente no puede dormir y puede morir por parada respiratoria». Del Río matiza que «el sueño es irrefrenable. Aunque uno se privara de dormir, tendría sueños súbitos, microsiestas de segundos... Al final caería redondo».

Los fármacos

Cuando las causas del insomnio son primarias, la terapia que ha resultado más efectiva es la conductual-cognitiva. Esta terapia puede resolver aproximadamente un 70 por ciento de los insomnios y consiste en tratar de controlar los factores que lo generan, que suelen ser malos hábitos de sueño.

No obstante, en otros casos más persistentes se emplean fármacos algún tratamiento que reduce la ansiedad y facilita el sueño. Sin embargo, Del Río comenta que «algunos pacientes toman demasiadas pastillas. Se intenta conseguir que duerman con hipnóticos, que son eficaces en episodios agudos, pero sólo se deben tomar durante no más de un mes».

Es decir, muchas veces, sostiene Sánchez Díaz, «no es en el insomnio, sino los fármacos, donde reside el problema. No resuelven, sino que además complican y perpetúan la situación del afectado. «Hemos comprobado que el aumento de los casos de insomnio también ha generado un incremento en el consumo de benzodiacepinas y, además, de forma prolongada en el tiempo».

Estos hipnóticos no se deben utilizar para el tratamiento del insomnio crónico durante más de 12 semanas porque entorpecen cognitivamente por sus efectos sedativos o depresores del sistema nervioso central y, por sus efectos de relajación muscular fomentan caídas, reflujo gastroesofágico o apneas. Sin embargo, hay personas que arrastran este medicamento durante 12 o 20 años». Además, recientemente se ha comprobado que la toma crónica de este medicamento «aumenta hasta un 51 por ciento el riesgo de desarrollar alzhéimer», añade Sánchez Díaz.

Otro tratamiento, es la melatonina, que se emplea para los casos de despertar precoz, ya que aumentan la serotonina. «Es útil para marcar los ritmos del sueño, pero el problema es la dosis. 1 miligramo ya supone 15 veces más de lo que sintetiza nuestro cerebro. Y en Estados Unidos las hay de hasta 10 miligramos», explica el coordinador del Grupo de Sueño de la SEN.

Apnea-hipopnea del sueño

Una patología respiratoria frecuente que produce un sueño interrumpido y de mala calidad es el síndrome de apnea-hipopnea del sueño (SAHS), que se presenta en entre el cuatro y el seis por ciento de la población. «Se caracteriza por la presencia de ronquidos fuertes con pausas al respirar durante la noche», explica Trinidad Díaz Cambriles, coordinadora del Grupo de Trabajo de Sueño y Ventilación de NeumoMadrid.

Quienes lo padecen se notan cansados y con ganas de volver a dormir a lo largo del día, a pesar de dormir suficientes horas. «Es una enfermedad provocada con frecuencia por la obesidad, entre otros factores de riesgo. El diagnóstico y el tratamiento del SAHS no solo mejora la calidad de vida, sino que, además, controla las consecuencias negativas asociadas, como hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares y cerebrovasculares, accidentes de tráfico y aumento de mortalidad», añade. El tratamiento más frecuente es aplicar presión positiva en la vía aérea superior que se cierra durante el sueño, mediante dispositivos llamados CPAP. Son equipos deben usarse todas las horas de sueño, colocando una mascarilla en la nariz, permitiendo un sueño continuado y profundo al evitar las pausas respiratorias y sus consecuencias.

Fuente: larazon.es

Con la colaboración de