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El olvido de los que olvidan

Sito en Miriam Blasco, el centro de día para enfermos de alzheimer se encuentra en una situación agónica. Las subvenciones no llegan y sin ellas el centro pende de un hilo. La época de crisis ha hecho que el dinero privado llegue en cuentagotas, y que el público siga la moda perversa del recorte. Con dos sueldos menos para asesores amigos o maridos de concejalas habría suficiente, se cubriría casi el dinero que se necesita para cuadrar presupuestos. La llamada de socorro parte de la Asociación de Familiares de Alzheimer, que con denodado esfuerzo, atiende a esos mayores que del olvido hacen su vida, de memoria tan extraviada como selectiva, quizás para separar el grano de la paja de su recorrido vital.

Olvidados, relegados los que olvidan. Su reino no es de este mundo. En sus mentes, tomadas por laberintos que no conducen a parte alguna, al menos sus sociedades irreales carecen de corrupción, de crisis. El estado de somnolencia profundo y prolongado con el que se evaden, conforma un muro infranqueable en el que ni los más íntimos tienen entrada libre. Letargo inevitable, insoslayable, arbitrario que les invade sin avisar. Olvidando, no quieren volver a sentir en sus carnes la cruda realidad, prefieren despertares con retales de sus vivencias pasadas, como fotos a contraluz. Arcadas de angustia que oprimen sus pulmones hasta el último hálito, dolor profundo, húmedo, viscoso sienten cuando un chispazo les devuelve momentáneamente a la realidad a la que ya no sienten pertenecer.

Frente a frente la ternura que trasladan es comparable a la de esos bebés que giran sin sentido sus bracitos rechonchos. Ojos perdidos, hundidos como pecios en mares de lágrimas que se acumulan en los momentos de conciencia, de percepción del mundo real, de reconocimiento de los seres queridos. Andan como juguetes rotos de una sociedad que, tras vampirizarles física y espiritualmente, pretende aislarlos, negarles sus derechos a través de sus representantes que gastan, gastan sin orden ni concierto, la más de las veces en beneficio propio, olvidándose de los que olvidan sin querer, aquellos que obligados por la deriva de su mente no distingue noche de día, sombra de claridad, vestido de desnudez. Extraviados en la disfunción de su sinapsis, pierden poco a poco contacto con el mundo real, confundidos extrañan su vida de antaño en esos instantes de lucidez que tanto necesitan como les apesadumbran, para permanecer inertes a cualquier estímulo afectivo que los que les quieren y cuidan les regalan.

A finales de semana, cuando el equinoccio de otoño provoca que el día y la noche tengan igual duración y el sol alcance el cénit, se celebra el día mundial del alzheimer, que pretende recordarnos a los que aún tenemos memoria, aunque sea flaca, de escasa consistencia, que tenemos una obligación moral para con los que aproximándose a la edad en la que la parca recolecta en su mayor cosecha, van dejando jirones de su vida en el olvido, en una cesación de afectos, de ubicación temporal. Iluminados por el sol en su cénit, y en día en la que la igualdad invade hasta la astronomía, tengan a bien nuestros políticos dedicar parte de sus inacabables gastos suntuarios a los que olvidan en el olvido. Por una vez no busquen sus votos, confórmense con el agradecimiento de los familiares, de los cuidadores y sanitarios, y de los hombres y mujeres de buena voluntad, que verán con buenos ojos el mantenimiento del centro para la atención de los que padecen el mal del alzheimer.

Fuente: Diario información

Con la colaboración de