La palabra «música» proviene del griego musike (techne), cuya traducción literal es «el arte de las musas», y se describe como una manifestación artística capaz de producir un impacto en la conducta humana, individual o colectiva, y de expresar sentimientos, circunstancias, pensamientos o ideas.
Podemos encontrar datos del uso de la música como terapia incluso desde la prehistoria, en todas las culturas antiguas conocidas, en las que se consideraba obra de un ser sobrenatural (y, por tanto, su carácter mágico-espiritual era necesario para combatir la enfermedad, aceptada por estas culturas como el fruto de la magia y la ira de los dioses).
Así, la musicoterapia ha estado presente a lo largo de toda nuestra historia, si bien con unas características y connotaciones específicas en cada una de las culturas, y se ha estudiado como una posible aliada terapéutica de diversas patologías. Se ha demostrado en diversos estudios que el impacto de la música en el cerebro sustenta bases neurobiológicas sólidas y, a través del estímulo auditivo, es capaz de activar circuitos corticosubcorticales y del sistema límbico, así como los sistemas de recompensa emocional, provocando sensaciones de bienestar y placer.
Además, muchos estudios han constatado los beneficios de la música sobre diversos parámetros internos, como la presión arterial y la frecuencia cardiaca y respiratoria a través de los cambios rítmicos musicales.
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