Son mujeres en su gran mayoría y realizan una labor que exige una inmensa entrega, al punto de poner a prueba los límites personales. Algunas demuestran que están hechas de otra pasta, y otras lo descubren a base de afrontar nuevas exigencias en este reto que la vida les plantea. Son los cuidadores de familiares dependientes. Una labor digna de encomio, por mucho que pase desapercibida. El área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Leioa les acompaña con planes específicos en el marco del programa Zainduz, y ha incorporado nuevos programas, como los paseos semanales o los planes respiro, para ayudarles.
Mabel Cantera 63 años
«Muchas noches no podía ni dormir»
La formación para cuidadores y las terapias de grupo organizadas por los Servicios Sociales del Ayuntamiento le han ayudado a asumir con más determinación la atención a su progenitor. Podía haberse distraído en una actividad deportiva, pero prefirió «coger el toro por los cuernos». Las sesiones le aportaron «herramientas para comprender, afrontar la situación con más fuerza», aduce. Le inspiró, además, la convicción con la que otras cuidadoras asumen su labor, «como una mujer que cuida desde joven a su marido, que sufre las secuelas de un accidente». La vida quizá fue dura con la salud de su madre y con el actual estado de su padre, pero le ha recompensado con un buen hombre, tres hijos y cinco nietos.
Ana Rosa García 55 años
«Intento desestresarme haciendo biodanza»
Ana Rosa se resistía hace cinco años a creer que su madre estaba empezando a perder la memoria. «Le veía actitudes, pero me costó reconocerlo, pensaba que me tomaba el pelo», desvela. Mantuvo esta postura incluso cuando el médico le confirmó que sufría alzhéimer, aunque finalmente aceptó y tramitó la documentación para certificar la dependencia. Y pese a que tiene tres hermanos, «al final ya sabes cómo son estas cosas –desliza–», le tocó ponerse a cargo del cuidado de Rosario, que tiene 84 años. Su padre falleció hace año y medio, pero, según Ana, «como no se desenvolvía bien con las cosas de casa», ya entonces tenía que estar pendiente de Rosario.
La mujer está limitada, pero aún puede «vestirse». Reside con uno de sus hijos, pero encontró trabajo y tiene menos tiempo para dedicárselo, por lo que han recurrido a una empleada que se encarga de preparar la comida y dar compañía a Rosario, que forma parte de una familia longeva. «Tiene dos hermanas mayores que aún viven», explica Ana Rosa.
Entregada al cuidado de su madre, a veces debe lidiar con comportamientos que solo se explican con la enfermedad. «Igual la trabajadora cuelga la ropa, y va mi madre y la descuelga aún mojada», explica. Esta leioztarra descubrió las iniciativas municipales para mayores, y Rosario asiste semanalmente a sesiones de psicoestimulación con satisfactorios resultados. Ana Rosa, por su parte, se ha animado a clases de biodanza. Busca a través de esta combinación de música y movimiento «desconectar, desestresarme». Entretanto, pasea con su madre y se arma de serenidad cuando las cosas se complican. «Dicen que con el tiempo quienes están en una situación como la suya se vuelven agresivos, pero ella siempre ha sido tranquila y de momento eso no ha cambiado», celebra.
Salus Bayona 71 años
«Ha mejorado y ya no tiene la cara alelada»
Su marido José Miguel Urriolabeitia (78 años) sufrió hace cuatro años un ictus. Unido a la enfermedad pulmonar obstructiva crónica que padece y a una perforación en la cadera, ha tenido que hacer frente a un largo calvario por hospitales. «Estuvo 35 días en la UCI, ha pasado por varios hospitales y en un mes llegaron a verle treinta especialistas», detalla su mujer Salus Bayona. El pasado octubre el neurólogo le dio un alta. «Lo que se podía hacer, ya se ha hecho», apunta, aunque continuarán con nuevas consultas. Le ingresó en un centro de día, pese que su marido se mostraba reticente. Afirma que fue una muy buena decisión para ambos.
Consultó la posibilidad de que la Administración le facilitara una persona que le ayudase en el cuidado de José Miguel, pero su situación económica se valoró por encima de lo exigido para optar a esta ayuda. Sus hijos les han apoyado en la contratación de personal, ante lo que Salus se ha encontrado con un obstáculo: el rechazo de su marido. «Un joven le sacaba a pasear, pero pasaba el rato con el móvil, y él se quejaba de que no le daba conversación». En el otro, fue más por manía.
«La chica se encargó de asearle durante más de un año, pero de repente dijo que no quería que volviera. Ahí también influye la confianza porque para esas tareas conmigo se siente más cómodo. Además, es un hombre con la mentalidad de antes», anota Salus, que llevó a José Miguel al centro Estartetxe tras leer sobre sus servicios en una publicación municipal. Su marido ha empezado a experimentar mejoras, «en su conducta, incluso en la cara más alelada que tenía antes». Y a través de este local descubrió la posibilidad de acudir a los servicios psicológicos del Ayuntamiento, que han ayudado a Salus a sobrellevar con más entereza la situación.
Fuente: elcorreo.com