El tema de la demencia ha tenido poca relevancia hasta hace pocas décadas, porque se asocia a la edad avanzada y la esperanza de vida no despegó hasta el siglo XX. En la antigua Roma y la Grecia clásica, la esperanza de vida era de 28 años. En España se incrementó de los 35 años, en 1900, a los 82 en 2013.
En los siglos pasados preocupó más la locura (trastorno del pensamiento espontáneo y la percepción de la realidad que puede acontecer desde la infancia o la edad juvenil). Cuando en el siglo XX comenzó a crecer el número de casos de demencia, existió confusión sobre su naturaleza. Para unos era una locura de comienzo tardío y, para otros, una acción excesiva de la senescencia (la chochera del viejo). Los neurólogos, que surgieron a finales del siglo XIX, la contemplaron como un proceso médico (degenerativo, vascular, tumoral, tóxico, metabólico, etc.) que afecta a las regiones “cognitivas” del cerebro.
Aquella confusión locura-demencia se refleja en un óleo de Pelegrín Clavé, en el que Isabel de Portugal (madre de Isabel “la católica”) muestra en su expresión estar ausente de la realidad. El cuadro y los escritos históricos sobre su personalidad y sus vivencias han propiciado el debate sobre la naturaleza psiquiátrica o neurológica de su trastorno.
La sensibilización social actual por este problema se refleja en la literatura y las artes plásticas y audiovisuales. Obras escritas como Silla de anea, Siempre Alice o Naufragar en las sombras, nos permiten entrar en el mundo de la demencia de un modo relajado y a la vez sobrecogedor. También el cine nos ha deleitado con historias entrañables, que dejan un poso de angustia, en las que la enfermedad de Alzheimer se muestra tal como es. Podemos citar aquí ¿Y tú quién eres?, El hijo de la novia, Lejos de ella, Paseando a Miss Daisy o Iris.
Merecen mención los autorretratos que pintó el norteamericano William Utermohlen mientras desarrolló una demencia tipo Alzheimer. Muestran la degradación paulatina de habilidades visuospaciales (observada también en la obra de otros artistas enfermos, como Carolus Horn) y, además, sentimientos de tristeza, miedo y resignación. También es notorio el caso de Willem de Kooning, artista holandés del expresionismo abstracto. Durante su proceso demenciante tuvo una gran producción artística (341 cuadros en una década). Las obras se simplificaron, pero el autor mantuvo capacidades intuitivas suficientes para obtener pinceladas meritorias.
En 1993, la psicóloga F. Rauscher propuso en Nature que escuchar la sonata de Mozart en Re mayor KV 448 incrementaba las habilidades espaciales (efecto Mozart). Su teoría abrió expectativas, pero no pudo ser corroborada en estudios posteriores. No obstante, la exposición a música de su gusto facilita en las personas con demencia el estado de calma que tanto anhelan los convivientes. Además, determinadas melodías ayudan a activar recuerdos autobiográficos que parecían extinguidos. El proyecto Alzheimer del MoMA de Nueva York, el proyecto Reminiscencias de Alicante, el programa Arte y cultura contra el Alzheimer de Murcia, el programa Alzheimer del Centro de cultura contemporánea de Barcelona y las visitas al museo do pobo galego organizadas por la asociación AGADEA, son exponentes de la aplicación de técnicas de reminiscencia para acceder a recuerdos que la enfermedad recluye en rincones maltrechos del cerebro.
Fuente: elcorreogallego.es