Impartir un taller de memoria. Esa fue mi penúltima tarea en el Centro de Día de Afávila. La siguiente, llamar a todas las familias para decir que cerrábamos por causa de fuerza mayor.
Fuerza Mayor. Dos palabras que siempre he asociado a un estado de guerra. Y es que esto es algo así, es una guerra. Una guerra contra el olvido, pero ahora en casa. Hijos, esposas, maridos, cuidadores… que luchan a diario contra el Alzheimer pero ahora más solos que nunca. Una guerra solitaria en la que, desde la retaguardia, unos cuantos intentamos hacerles llegar refuerzos.
Privados de salir a la calle y sin comprender por qué, muchas personas que padecen esta enfermedad han perdido de repente sus rutinas, sus terapias, sus compañeros, sus profesionales, sus paseos, ver a sus nietos, sus amigos… Ellos que viven al día, porque en el Alzheimer el pasado se pierde y el futuro se difumina, ven que su presente es una sucesión de segundos, de minutos, de horas en casa.
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