Hace 20 años publicamos en este diario (EL PAÍS, 25 de febrero de 1997) un artículo sobre el reto de las demencias, especialmente la más frecuente, la producida por la enfermedad de Alzheimer. Llamábamos la atención sobre las dificultades diagnósticas y el abrumador aumento de personas afectadas por las enfermedades demenciantes. Pasaron 20 años y hemos avanzado poco en resultados, si bien se ha dado un vuelco en los esfuerzos personales y económicos dirigidos al diagnóstico, e incluso empezamos a tener posibles líneas de tratamiento en investigación. No obstante, el aumento de la esperanza de vida y el consiguiente incremento del número de personas mayores hace que el problema alcance proporciones epidémicas.
De acuerdo con el análisis demográfico del INE, en España tendremos en el año 2020 cuatro millones de personas mayores de 75 años, de los que la mitad tendrá más de 85. La enfermedad de Alzheimer (y por extensión todas las otras causas de demencia) es poco frecuente antes de los 70 años, su frecuencia aumenta con la edad, afectando al 5% de la población de entre 60 y 69 años, al 20% de los que tienen entre 80 y 89 años y al 30% de quienes tienen entre 90 y 99 años. Puede estimarse que nos estamos acercando a las 800.000 personas con demencia, más de la mitad de las cuales se encuentran en situación de dependencia.
Con una evaluación prudente se estima que el coste de cada persona demenciada es de unos 30.000 euros al año. Si lo extrapolamos a todas las personas con demencia llegamos a los 24.000 millones de euros al año entre costes directos e imputados. En ellos se incluyen los gastos médicos, asistenciales, de cuidadores y de familiares que deben alterar su vida laboral. Mientras tanto, el subsidio de dependencia sigue con bloqueos administrativos y reducción presupuestaria.
El coste emocional de las familias no es cuantificable, si bien sabemos que el gasto en atención médica, farmacéutica y bajas laborales es superior entre los familiares de los pacientes con demencia. Está demostrado que las personas emocionalmente estresadas gastan más en sanidad y viven menos años. Las demencias son el problema de salud que más recursos consumen. ¿Quién va a pagarlo, las familias? ¿El Estado, aumentando los impuestos?
El diagnóstico de certeza del mal de Alzheimer solo se obtiene con el estudio patológico del cerebro, tras el fallecimiento del enfermo. No obstante disponemos de instrumentos para un diagnóstico de probabilidad a partir de test neuropsicológicos y de exámenes de imagen cerebral. Gracias a investigaciones recientes nos acercamos al diagnóstico mediante tomografía por emisión de positrones, utilizando un radiotrazador que se fija a las proteínas anormales del cerebro enfermo (amiloide), lo que permite una cierta cuantificación, que en un próximo futuro puede llegar a confirmar el diagnóstico. De igual forma se investigan algunos biomarcadores, es decir, determinadas proteínas que se podrán detectar en sangre periférica en caso de que la persona examinada haya iniciado una degeneración cerebral. Es cierto que hemos avanzado, pero aún no hay garantías del diagnóstico en vida.
En cuanto al tratamiento, seguimos sin un fármaco eficaz para curar o frenar la demencia. En los últimos años se están invirtiendo muchos recursos en importantes programas de investigación, por lo que es previsible que en un futuro cercano existan medicamentos con una eficacia real. Gran parte de las líneas de investigación van dirigidas a eliminar, evitar la formación o impedir la agregación de la proteína beta-amiloide en el cerebro. Uno de los mecanismos es una especie de “vacuna” que inmuniza al paciente frente a la proteína anormal.
Podemos tratar con éxito los otros síntomas de la enfermedad, como la ansiedad, los síntomas depresivos, los trastornos de conducta, las alteraciones del sueño y los trastornos del pensamiento con delirios y alucinaciones. Los trastornos de conducta del enfermo aumentan mucho la carga del cuidador y de los familiares. De no tratarse, es una de las causas que generan mayor estrés.
Aún faltan tiempo y recursos para conseguir atajar la enfermedad de Alzheimer, con medios para tener un diagnóstico certero en vida y fármacos que curen o al menos estabilicen su evolución. Pero estamos en buen camino. Han pasado 20 años de aquel artículo de 1997 y se empieza a ver una luz al final del túnel.
Fuente: http://elpais.com