Él se llama José Luis Mateo y ella, la voluntaria, Mila Eraso. Sus vidas se entrelazaron por mediación de AFAN y entre ellos se ha establecido un vínculo especial, alimentado con la empatía y la comprensión que a veces brilla por su ausencia en otros entornos próximos de los afectados. “Los miércoles, cuando la veo aparecer, se me abre el cielo. Son dos horas a la semana que sé que tengo para mí, para tumbarme en el sofá si quiero, porque el resto del tiempo no puedo. Me saben a poco”, confiesa José Luis.
Son las dos caras de una vivencia compartida. Él, marido de una mujer con Alzheimer desde hace 5 años. “No se puede explicar lo que es esto, hay que vivirlo las 24 horas del día”. Ella, la persona que lleva 3 de ellos dedicando dos horas a la semana a esta señora. Básicamente, a pasear con ella, porque “su obsesión es salir a la calle”, explica su marido.
Mila llegó al voluntariado después de una vivencia personal. Su madre pasó los últimos ocho años de su vida con una demencia y, nada más morir, decidió que toda esa experiencia acumulada en su cuidado podía aliviar el día a día de otras familias. “Nosotros no tuvimos ese apoyo. Mi madre estaba en una residencia y, al ser varios hermanos, nos turnábamos”, recuerda.
Mila resta importancia a su dedicación. “Son sólo dos horas a la semana, no cuesta nada”, asegura. José Luis le rebate. “Lo que hacéis no se paga con nada del mundo. Por muy pequeña que sea la ayuda, es inmensa”.
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