La existencia de una relación entre el tipo de dieta y el deterioro cognitivo es una tesis que comienza a coger fuerza entre algunos neurólogos y nutricionistas. Varios estudios publicados en importantes revistas científicas han respaldado esta teoría en sus conclusiones, asociando la ingesta elevada de determinados alimentos con el desarrollo de enfermedades tales como el Alzhéimer. A principios de este año, una investigación realizada por profesionales médicos de la norteamericana Clínica Mayo y publicado en el Journal of Alzheimer Disease determinó que las personas mayores que seguían dietas ricas en carbohidratos tenían 3,6 veces más de posibilidades de sufrir un deterioro cognitivo que el resto de personas.
La revista científica New England Journal of Medicine también publicó en su número de agosto un estudio en el que las personas con elevados niveles de azúcar en sangre (aunque por debajo del límite de la diabetes) tenían casi el doble de posibilidades de sufrir algún tipo de demencia. Unos datos que, junto al aumento de las enfermedades neurológicas en los últimos años, han llevado al neurólogo y director del Perlmutter Health Center, David Perlmutter, a asegurar que “el origen de las enfermedades cerebrales es predominantemente dietético”. Hasta el punto, añade, que los hábitos alimenticios modernos están alterando nuestro código genético.
Las principales aportaciones de esta nueva corriente, que no ha conseguido encontrar un consenso dentro de la comunidad científica, están recogidas en el polémico libro de Perlmutter Grain Brain: The Surprising Truth about Wheat, Carbs, and Sugar-Your Brain's Silent Killers (Little, Brown and Company), publicado hace unas semanas en EEUU. En sus páginas, el neurólogo propone una vuelta a la dieta de nuestros antepasados, basada más en el aporte de grasas que en el de carbohidratos, como método para prevenir las enfermedades cognitivas.
Alimentos, ADN y cerebro
Hoy en día, lamenta Perlmutter en su libro, nuestra dieta está compuesta porcentualmente por un 20% de grasas, otro 20% de proteínas, y el restante 60%, de carbohidratos. Un desequilibrio que, dice, va en contra de la evolución de nuestro ADN, por lo que anima a volver a la dieta que mantuvieron nuestros antepasados, que en un 75% estaba compuesta a base de grasa y sólo en un 5% por carbohidratos.
El cerebro es mucho más sensible a la dieta y a los hábitos de vida que cualquier otra parte del cuerpoUnas recomendaciones dietéticas que tanto para sus colegas como para una buena parte de los nutricionistas que se han pronunciado sobre ellas son demasiado radicales e, incluso, perjudiciales para la salud. Si los lectores cambian su dieta aumentando drásticamente el consumo de carne y productos lácteos para sustituir a los carbohidratos, aumentará también riesgo de sufrir patologías cardiovasculares.
La profesora emérita de la St. Catherine University, Julie Miller, explicó en una crítica sobre el libro en el sitio web FoodNavigator que “Perlmutter utiliza informaciones inconexas sobre los efectos de la dieta en el cerebro (como por ejemplo que las personas obesas tienen un mayor riesgo de sufrir un deterioro cognitivo) para defender una engañosa dieta sobre lo que la gente debe comer para mejorar su salud mental”.
Los efectos sobre la salud de los hábitos alimenticios
Para el autor sólo se trata de ajustarse a la dieta que ha seguido la humanidad a lo largo de la historia, pues insiste en que enfermedades como la depresión, las cefaleas crónicas, la epilepsia o la demencia comenzaron a dispararse en el mismo momento en el que se comenzaron a consumir carbohidratos en grandes cantidades. El ADN, asegura Perlmutter, ha evolucionado durante miles de años para adaptarse a una dieta rica en grasas y baja en carbohidratos. Sin embargo, en la actualidad esta dieta se ha invertido, “con los consiguientes efectos neurológicos”.
Las neuronas pueden regenerarse si les damos los alimentos adecuadosEl neurólogo incluso llega a definir la enfermedad de Alzheimer como un tercer tipo de diabetes, por lo que un cambio alimenticio sería suficiente, según él, para frenar el avance de la enfermedad. O, al menos, mucho más beneficioso que los fármacos contra la demencia, sostiene el neurólogo. “La modificación de los hábitos de vida es más efectiva y mucho más barata que desarrollar fármacos para prevenir estas enfermedades en personas con factores de riesgo”, asegura.
Para Perlmutter, el cambio en los hábitos alimenticios es especialmente beneficioso debido a la neurógesis, la capacidad del cerebro humano de producir nuevas neuronas. “El cerebro puede regenerarse a sí mismo si le damos lo que necesita”, insiste. Con ello, el autor no quiere decir que haya que atiborrarse de grasas transgénicas, sino de aceite de oliva virgen-extra, carne orgánica, pescado y verduras. Nada de pan, ni siquiera de fruta, pues por ejemplo, un simple zumo natural de naranja ya aporta 72 gramos de carbohidratos.
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) recoge en el último reglamento sobre propiedades saludables de los alimentos que el efecto de los hidratos de carbono en el mantenimiento de las funciones cerebrales es favorable, pero si la ingesta diaria es de 130 gramos y cubre las necesidades de glucosa del cerebro.
El problema de la “adicción” al gluten
La mayor dificultad para modificar la dieta tendría que ver con el gluten. Una sustancia que se encuentra en la mayoría de los carbohidratos y que, según Perlmutter, vuelve a las personas adictas a estos alimentos porque estimula las mismas partes del cerebro que las drogas, es decir, las regiones cerebrales implicadas en las conductas de recompensa y castigo.
Un “reto” que lleva su tiempo, pero que es completamente necesario porque “el cerebro es mucho más sensible a la dieta y a los hábitos de vida que cualquier otra parte del cuerpo”. Una cuestión que, lamenta, “ha sido completamente ignorada hasta ahora, lo que nos ha llevado a aferrarnos a los fármacos cuando nuestro estado de ánimo decae o a confiar en que se desarrolle un medicamento contra el alzhéimer antes de que nos hagamos viejos”.
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