Los términos de «edad avanzada» o «tercera edad» son en sí mismos poco definitorios, y abarcan a una población que presenta cierta heterogeneidad y variabilidad entre los sujetos que la conforman, y que incluye desde personas de 65 años muy activas y sanas, hasta ancianos con minusvalías y patologías crónicas de diversa magnitud. Las enfermedades neurodegenerativas y los trastornos cardiovasculares son de las patología con mayor incidencia en esta población.
La aparición más o menos temprana de estas enfermedades, así como su intensidad y grado de desarrollo, dependen de diversos factores, y entre ellos la dieta y los hábitos de vida (tanto los actuales como los de años anteriores) tienen un papel fundamental. El cuidado de estas personas incluye, por tanto, atender sus hábitos alimentarios para procurarles un buen estado nutricional capaz de prevenir la aparición de las enfermedades propias de esta edad. Sin embargo, esta actuación es compleja, ya que la manifestación de algunas de estas enfermedades conlleva, a su vez, un aumento del riesgo de desnutrición por diversas causas.
El deterioro cognitivo del anciano es la causa de demencia más frecuente y constituye un importante problema de salud pública, dado el creciente envejecimiento de la población en los países desarrollados. Los individuos afectados presentan un deterioro de las capacidades intelectuales que va más allá de lo esperado para su edad y educación; la pérdida de memoria y de las funciones intelectuales que produce este trastorno puede llegar a interferir en el trabajo de la persona afectada, en su vida social y en la realización habitual de las actividades cotidianas. El proceso natural de envejecimiento lleva consigo una serie de cambios fisiológicos, psicológicos y sociales, y un cierto grado de deterioro cognitivo a estas edades debe asumirse como normal, siempre que no altere la vida diaria del individuo. En su evolución como enfermedad puede pasar desde estado leve a moderado y avanzado, hasta un estado de demencia, con secuelas mucho más graves.
La relación causa-efecto entre estado nutricional y deterioro cognitivo
El origen y desarrollo del deterioro cognitivo se debe a múltiples factores, y entre ellos la edad es el de mayor riesgo. Sin embargo, más allá de la edad, la manifestación del trastorno y su evolución pueden verse acelerados por otros factores, como el estado nutricional del paciente, estados de ansiedad o depresión, consumo de fármacos, enfermedades vasculares, degenerativas, infecciosas, tóxicas y carenciales, neoplasias, diabetes, hipercolesterolemia, hipertrigliceridemias o hipertensión, etc.
Las consecuencias que el estado nutricional tiene sobre los procesos cognitivos son de especial relevancia; además de sus efectos directos, la malnutrición provoca un deterioro de la condición física, una disminución del rendimiento intelectual y una merma de la efectividad del sistema inmunitario, por lo que la vulnerabilidad frente a la mayoría de alteraciones del organismo se ve también aumentada.
La relación manifiesta entre el deterioro cognitivo y el estado nutricional se plantea como un círculo causa-efecto que se retroalimenta: la malnutrición facilita el desarrollo y agravamiento de la enfermedad y, a su vez, la persona con deterioro cognitivo tiene un alto riesgo de empeorar su estado nutricional. Siguiendo con este planteamiento causa-efecto, la alimentación, como fuente de nutrientes, puede tener una gran repercusión en la prevención de la enfermedad, del mismo modo que el trastorno, en su desarrollo, puede modificar los hábitos alimentarios y deteriorar el estado nutricional del paciente, lo que supondrá un peor pronóstico y un mayor riesgo de morbimortalidad.
La malnutrición como factor de riesgo del deterioro cognitivo
El desarrollo del sistema nervioso es un proceso complejo en el que son necesarios numerosos nutrientes esenciales, por lo que niveles insuficientes en su ingesta pueden alterar su actividad. El adecuado mantenimiento de la función cognitiva requiere el aporte dietético de todos los nutrientes implicados en su fisiología, y las vitaminas y minerales de acción en el metabolismo energético son de especial importancia.
En las personas ancianas, la malnutrición muestra la tasa de prevalencia más elevada de toda la población, tanto en sujetos institucionalizados como en los que viven en sus domicilios. La alteración nutricional es consecuencia directa de los cambios propios del proceso de envejecimiento, y algunos de estos cambios se agudizan en ancianos con deterioro cognitivo. Entre ellos destacan los siguientes: