Esta es la historia de Luis e Ignacio, dos luchadores y dos vencedores. Son pontevedreses y amigos, no hermanos. Pero, en broma, se llaman entre sí «los gemelos». Y tienen razón, porque sus vidas se han tornado dos gotas de agua. Luis e Ignacio eran amigos de juventud, a los que unía una misma pasión: la música. Ignacio es cantante y Luis guitarrista y tocaron juntos aquí y allá. Nunca perdieron el contacto, pero tampoco se veían a diario. Un día, cuando los dos estaban llegando a los 70 años, tuvieron un reencuentro especial. Se dieron cuenta de que ambos acudían a una cosa llamada unidad de memoria, de la firma Saraiba. ¿Por qué estaban allí y no en cualquier otro lado? Ambos estaban pasando por lo mismo. Los dos habían enfermado y, tras sus estancias hospitalarias, se encontraron sin ilusión y a un paso de quedarse sin recuerdos. En lugar de hundirse, decidieron luchar.
Luis habla primero. Es tal el ánimo que tiene que uno no se da cuenta cuando deja de bromear y empieza a contar su dura experiencia vital. Se había jubilado tras toda una vida en una oficina técnica, diseñando construcciones. Se suponía que le tocaba disfrutar. Pero su salud le dio un disgusto. Sufrió Gripe A y tuvo una larga estancia hospitalaria. Cuando el susto había pasado y la patología que le obligó a encamar también, llegó lo peor. «Estaba muy mal de ánimo y notaba que me fallaba la memoria. A veces me preguntaban qué día era mañana, y a lo mejor era un día señalado, como Todos los Santos, y yo no sabía decirlo. No lo recordaba». El vaso de su paciencia rebosó el día que él, un hombre de números, que hacía un suspiro tenía en la cabeza un listín de 200 teléfono, intentó hacer una multiplicación sencilla: «Quise multiplicar una cosa muy fácil, pongamos que 175 por 32 y empecé a liarme y a ver que no era capaz. Me sentí como una mierda, lo digo así de claro», enfatiza.
Un ictus que le dejó sin ánimo
Luis tiene una hija psicóloga. Y fue ella la que buscó ayuda. La encontró en Saraiba y su unidad de memoria, donde Luis empezó a luchar y topó a Ignacio, su viejo amigo cantante. Ignacio también había llegado a la terapia tras una etapa difícil. Él, un armador que conoce bien África y sus puertos pesqueros, sufrió un ictus en agosto del 2014. Aparentemente, las secuelas más graves de esa dolencia fueron físicas, con problemas en un lado del cuerpo. Pero, en realidad, había más: «Yo no tenía ánimo, ni fuerza ni nada... No es que perdiese la memoria, pero estaba bloqueado. No tenía ganas de nada ni hacía nada». Él mismo se dio cuenta de que las cosas no podían seguir así. Pidió ayuda. Y la encontró en la misma unidad de memoria que Luis.
Cuando llegaron, no todo fueron buenas noticias. Les hicieron varias pruebas y, en el caso de Luis, había un deterioro cognitivo evidente. Ignacio estaba algo mejor, pero necesitaba recuperar las ganas de vivir. Así fue como empezaron a trabajar. Dos veces a la semana, en sesiones individuales, se convirtieron en alumnos de las más variopintas materias; desde cosas muy sencillas como recordar imágenes a problemas de matemáticas, juegos informáticos o canto.
Dicen que se vieron hundidos. Pero nunca llegaron a pensar en una enfermedad grave como el alzhéimer. «Yo creía que me podía recuperar», reconoce Luis. Así que trabajaron duro. Y los premios empezaron a llegar. A Luis le brillan los ojos cuando recuerda que fue capaz de hacer el diseño de una escuela infantil. «Hacía muchísimo tiempo que no me ponía a diseñar y cuando vi que era capaz... Qué alegría me llevé». Ignacio volvió a disfrutar de la música y de las 400 canciones que sabe de memoria. Y esto solo fue el principio. Ahora tienen «toda la ilusión» y conversan del presente o bucean en sus recuerdos sin problema alguno. Pero siguen en terapia y no piensan abandonarla. «Nos va genial, nos hace estar activos», dicen al unísono. Luego, no hablan más. Solo cantan. Se despiden coreando juntos «si no estás conmigo, nada importa» y miran de reojo a Chus, la terapeuta que ellos creen que les ha devuelto la ilusión. Aunque, en realidad, Chus solo ayudó un poco. La fortaleza la tenían ellos dentro. Pero, quizás, antes no lo sabían. Y, sin embargo, ahora lo tienen claro.
«Aprendieron a creer en sí mismos, y esa es la clave», dice Chus, su terapeuta
«Mientras Chus viva, yo seguiré viniendo aquí». Esa frase la pronuncia Ignacio. Y uno entiende entonces la empatía de estos dos hombres con Chus Fernández, una terapeuta pontevedresa con acento de Brasil que tiene claro qué fue lo que cambió en la vida de estas dos personas y de muchas otras que acuden a terapia: «Aprendieron a creer en sí mismos», señala.
Chus está acostumbrada a lidiar con la falta de ilusión y la desmemoria. Le gusta que Ignacio y Luis accedan a contar sus historias porque cree que pueden ser un ejemplo para quienes sufren en silencio «esos lapsus en los que no salen las palabras o no se pueden recordar ciertas cosas». Chus habla con naturalidad de trabajar con la memoria: «Hay que ejercitarla igual que el cuerpo. A veces hacemos gimnasia pero nos olvidamos de hacer ejercicios con la memoria». Dice que se puede trabajar de infinitas maneras. Y pone un ejemplo bien sencillo. «Basta con coger el periódico y ponerse a buscar en las noticias cosas como nombres propios, o nombres de ciudad... Cualquier cosa que nos obligue a mantener la atención».
Al preguntarle en qué consisten sus terapias, esta profesional habla de «ejercicios variadísimos». Y pone ejemplos muy concretos. Uno de ellos es el de la organización económica, que Luis e Ignacio conocen bien. Les manda poner precios a productos, hacer distintos cálculos con esas cotizaciones... Se trata, siempre, de que la mente esté activa.
Si se acude a terapia, los resultados suelen evidenciarse pronto. Chus no niega que a veces lucha contra un enemigo mayor, llamado alzhéimer. Entonces, dice algo para no olvidar: «Ahí sabes que no va a haber solución, pero sí mejoría, se puede ralentizar el deterioro. Eso es algo que siempre le decimos a las familias», señala Chus.
Fuente: lavozdegalicia.es