Aunque hay que salvar algunas distancias, aquella Penélope del mito griego, que tejía un sudario por el día y por las noches destejía lo hecho, estando así su calceta siempre en el mismo punto, tiene cierta similitud con lo que le ocurre a mujeres como Esperanza, Alba, Tania, Marisa, Raquel, Susana o María. ¿Quiénes son ellas? Son las trabajadoras de dos centros de día, uno ubicado en Vilagarcía y el otro en Marín, a los que acuden numerosas personas con demencias. Ellas, cada día, trabajan duro contra la desmemoria. Y el alzhéimer, como si fuese una Penélope nocturna y habilidosa, deshace luego sus logros. Pero da igual porque, al día siguiente, siguen dando la batalla contra la enfermedad, aunque quienes las rodean no se acuerden ni de sus nombres. Están encantadas con lo que hacen. «Gratificante», «precioso», esos son los adjetivos que una y otra vez ponen al trabajo que realizan.
Atravesamos primero la puerta uno del centro de día que Saraiba tiene en Marín -trabaja también en Pontevedra y Poio-. Hace calor nada más entrar. Y no es por la calefacción. Hay algo que hace cálida la estancia. Puede que sean las fotos antiguas de los usuarios colgando de las paredes, la sonrisa con la que recibe Marisa, la directora de las instalaciones y auxiliar, o el estribillo de una canción que tararea una mujer mayor. Pero uno se siente en casa. Sobre la una de la tarde, es la hora de la gimnasia. Pero desde lejos no lo parece. Solamente se oye una voz de mujer joven gritando «peleamos, peleamos» y muchas vocecitas finas repitiendo las mismas palabras. Resulta ser Susana, una de las cuidadoras, que está intentando que los mayores ejerciten sus brazos con una posición como de pelea. Consigue que los muevan.
Además de Susana y Marisa, van apareciendo Raquel, educadora social, o María, otra cuidadora. Ninguna está parada. Mientras Susana capitanea los ejercicios, el resto ríe, o se arranca a cantar «unha peza de Marín»... Es así como logran que Lola, que quería coger el bastón de un compañero, se calme. Lola susurra: «Non quero estar aquí sentada máis». Y acto seguido, al preguntarle si le gusta estar allí sentada, responde: «Me encanta estar aquí sentada». ¿Contradictorio, verdad? Puede, pero para las cuidadoras eso no importa. La respuesta que dan ellas vale para los dos momentos de Lola: la abrazan, la besan, la acarician... Le aplican las únicas medicinas efectivas ante el alzhéimer. Al preguntarles cómo es intentar parar los pies a este mal sin cura, hablan con una sola voz: «Hay más alegría que penas, el día que alguien recuerda tu nombre es un gran logro. Aquí decir pobriño y no hacer nada está prohibido», dice Raquel, cuya trayectoria profesional siempre estuvo vinculada a las personas con desmemoria. La escucha Marisa, que fue peluquera y cambió de vida porque notaba que algo le faltaba, y añade: «Es precioso, tienes un vínculo tremendo con ellos».
Están hablando así, poniéndolo todo bonito, y de repente uno mira a Carmen y siente un escalofrío. Tiene 60 años y un ictus la dejó sin memoria ni habla. «Hay historias duras, pero ves las pequeñas cosas, cómo se logra que la enfermedad no vaya a más, y eso lo compensa todo», dicen.
El cumpleaños de Marina
Visitamos el centro de día de Afasal, en Vilagarcía. Allí, a media mañana, es la hora más dura: hay que hacer cuentas, caligrafía o recortar estrellas. Ni siquiera hay tregua pese a tratarse de un día especial. Y es que ayer era el cumpleaños de Marina, que soplaba las velas de los 71, invitaba a tarta a los demás y recibía besos al por mayor. Ella, que fue peluquera y, consciente o no, guarda una coquetería preciosa, es una de las doce personas que intenta hacerle la guerra a la desmemoria. Tiene a su lado a soldados como Esperanza, Alba y Tania. Las tres trabajan en el centro. Llama la atención lo que cuenta Esperanza. Trabajó como administrativa en distintos sitios y hace poco tiempo decidió formarse como cuidadora. No lo cambia por nada: «Esto te llena muchísimo, es maravilloso», narra.
Las cuidadoras intentan contar sus historias. Pero no lo logran. Sus palabras se trufan con lo que van narrando distintos mayores. Ramón recuerda su época de trompetista en orquestas como Los Chicos del Jazz y Los Satélites o cuando tocó para Rocío Dúrcal; Jesús habla de su vida de marino mercante y Fita de lo mucho que le gusta bailar. Marita apenas cuenta nada. «Ella tuvo un bajón muy grande. Si piensas en eso lo pasas mal, pero luego intentas que esté alegre, la ves reír y compensa», dicen las profesionales. Hablan luego de lo poco que se sabe de la enfermedad y de repente, Sindo, un mayor que recorta una figura tan tranquilo y parece ajeno a la charla, murmura: «Por mucho que sepas siempre será más lo que ignoras». ¡Qué razón tiene!.
Fuente: lavozdegalicia.es