A sus 31 años, Silvia no podía aceptar lo que para el neurólogo era obvio: «su madre tiene Alzheimer». Ella (62 años) trabajaba por aquel entonces como profesora de Primaria. Sus despistes iniciales se hicieron cada vez más preocupantes. «Ya no solo se olvidaba las llaves. Se quedaba en blanco a la hora de preparar la comida».
Se prejubiló a los 64 años y a Silvia se le cayó el mundo encima. Su hermano vive en Francia y tuvo que afrontar sola el comienzo de una nueva etapa para las dos. «Estaba en paro y pude estar más pendiente de mi madre. Fue muy duro porque yo no entendía, por ejemplo, que ella no supiera poner la mesa. Se lo explicaba. Se lo repetía. Se lo volvía a repetir. Me enfadaba con ella. Hoy sé que debemos tener mucha paciencia y empatizar para ponernos en su lugar», explica Silvia.
Esta joven reconoce que sufrió mucha soledad y miedo. «Investigué sobre el Alzheimer en internet, leí libros y entré en contacto con la Fundación Alzheimer España. Me fui a su casa para cuidarla. Con el tiempo encontré un empleo y contratamos a una interna». «Me atormentaba un sentimiento de culpa por no estar a su lado en cada instante, pero tengo 33 años y todo por hacer. Es muy difícil delegar en alguien sus cuidados, pero hay que aprender. Yo aún estoy en ello».
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