Los fallecimientos por alzhéimer en España han ido en aumento en los últimos años hasta situarse como la cuarta causa de muerte más común en nuestro país, según expuso el Instituto Nacional de Estadística (INE) a principios de febrero. El olfato, uno de los sentidos menos estudiados y tenidos en cuenta por los médicos, podría ser clave para su pronta detección: muchas investigaciones apuntan a la pérdida de este sentido (anosmia) como un indicador precoz del desarrollo de enfermedades neurodegenerativas tales como el parkinson o el alzhéimer. Por ello, investigadores de la madrileña Universidad Rey Juan Carlos, junto con el otorrino Adolfo Toledano, han desarrollado una iniciativa pionera en España para la evaluación objetiva del olfato.
Se trata del olfatómetro, desarrollado por un equipo multidisciplinar de ingenieros, médicos psicólogos y terapeutas, coordinado por Susana Borromeo, ingeniera industrial. “Los otorrinos no le dan mucha importancia a la pérdida del olfato; las pruebas que se llevan a cabo son subjetivas, largas y tediosas”, afirma. Los tests que ha desarrollado el equipo de la Rey Juan Carlos se centran en la valoración objetiva de este sentido.
El funcionamiento del dispositivo se basa en dispensar aromas a un paciente, sincronizado al mismo tiempo con una máquina de resonancia magnética o un encefalógrafo. Alternan la dispensación de aromas al sujeto con un estado de reposo en el que se dispensa aire, un proceso que repiten varias veces para mejorar la potencia estadística de los resultados. Al mismo tiempo, comprueban qué zonas del cerebro se activan cuando les proporcionan estos estímulos.
“Con el olfato, hay muchas zonas que se activan que están relacionadas con el recuerdo, la memoria y las sensaciones. Por ejemplo, un aroma no evoca lo mismo a todo el mundo, sino que depende de sus vivencias; a unos el aroma de magdalenas recién hechas les puede recordar a su niñez, cuando su abuela les preparaba la merienda, pero a otros les puede venir a la memoria otras cosas, quizás no tan agradables”, explica Borromeo (Madrid, 1970). Esta relación del sentido del olfato con la memoria es lo que lo hace tan interesante para su estudio en el caso de enfermedades como el alzhéimer. La siguiente parte del proceso consiste en analizar los resultados obtenidos, un aspecto que aún tratan de mejorar y afinar, debido a la variabilidad de los datos entre los distintos sujetos. Otro resultado desarrollado por el equipo investigador, y en particular por la terapeuta Cristina Gómez Calero, es una novedosa rehabilitación olfatoria para pacientes con pérdidas de olfato.
Las diferencias de esta investigación con respecto a otras llevadas a cabo en países como Alemania y Estados Unidos son varias. Por un lado, se trata de un proceso muy reproducible, que se puede realizar siempre bajo las mismas condiciones. Además, el equipo coordinado por Susana ha logrado simplificar las pruebas, de manera que han reducido considerablemente los tiempos de auscultación. Esto ha sido posible, en parte, por la labor del doctor Adolfo Toledano, quien ha conseguido optimizar los tests clínicos del olfato. Gracias a ello se ha logrado la principal ventaja del olfatómetro español: su bajo coste. Los que han desarrollado grupos de investigación de otros países pueden rondar los 300.000 euros, según estima Borromeo. Mientras, el suyo podría costar unos 20.000.
En la actualidad, tras más de cinco años de estudio, desarrollo y pruebas tienen un prototipo que ya es industrial y se podría comercializar. Lo están usando en la CIEN-Fundación Reina Sofía, donde se ha desarrollado parte del proyecto de investigación, aunque quienes primero se sometieron al olfatómetro fueron los propios investigadores y sus familias, debido a las dificultades para encontrar voluntarios.
No fueron, sin embargo, las únicas trabas que se encontraron. Por encima de todas, la falta de personal, consecuencia directa de los recortes del Gobierno. “No nos han permitido contratar a profesionales para las investigaciones ni hemos podido comprar algunos equipos necesarios. Los recortes implican que la calidad de nuestras investigaciones baja y pierdes el tren”, asegura la ingeniera. “En los medios sólo salen los problemas de grandes instituciones como el CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas) o el CSIC. Pero gran parte de la investigación e innovación en España se realiza en las universidades, muy afectadas en los últimos años por los recortes. Puede que a nosotros no nos den el Premio Nobel, pero también hemos tenido muchos problemas por los recortes”, afirma. Lamenta, asimismo, que los investigadores se formen aquí, para después irse al extranjero para no volver. Ella misma pudo emigrar a Canadá hace cuatro años. Recibió una oferta para trabajar allí, donde están encantados con los científicos españoles, pero, por su familia, decidió permanecer en Madrid, donde ha coordinado una investigación que se antoja clave para el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas.
Fuente: publico.es