Pocas veces me han acontecido sucesos como el que voy a relatarles, no son agradables de vivir y a menudo nos hacen preguntarnos en qué clase de sociedad vivimos...
La tarde del lunes 13 de enero del 2014, en dirección a la biblioteca Bancés Candamo, mi amigo, con el que hacía tiempo que no me reunía, y yo nos disponíamos a cruzar la plaza del Carbayedo, nuestra conversación consistía en puras banalidades que, sin embargo, nos mantenían entretenidos en una tarde más de desempleo sin prestaciones... todo hubiese transcurrido como una tarde cualquiera más si no nos hubiésemos fijado en que un hombre menudo y bastante entrado en años nos hacía señas cariacontecido y con medio cuerpo fuera de su balcón.
Al parecer su señora se había caído de la cama y él, pese a intentarlo, no conseguía levantarla del suelo. Mi amigo y yo cruzamos una mirada. No hacía falta decir nada, subimos sin cuestionárnoslo.
El hombre, que se debatía entre el agradecimiento y la vergüenza, nos condujo a través de un estrecho pasillo hasta la habitación de la señora accidentada, que se encontraba encajonada entre dos camas entre las que, las diminutas dimensiones de la habitación, apenas dejaban una separación de 50 centímetros.
No sin mucho esfuerzo y maniobras para evitar dañar a la mujer pudimos recolocarla en su lecho, pudimos fijarnos en que había marcas en su cuerpo que insinuaban anteriores accidentes similares.
El hombre entonces nos puso al corriente de su preocupante situación: él contaba con 81 años y las fuerzas iban abandonándolo, ella contaba con 80 y era enferma de alzheimer... Vivían solos, en un modesto piso sin ascensor y los servicios sociales no se ocupaban de su situación. "Una vez nos mandaron una señora una hora al día sólo para limpiar" nos explicaba "Pero además de no exceder nunca en sus visitas los 45 minutos, ni siquiera fregaba y además me robaba". Ahí terminaban sus experiencias con los servicios sociales.
No fue hasta que quiso agradecernos nuestro gesto con un libro dedicado, que nos hicimos una ligera idea de con quién estábamos hablando: Un hombre nacido en Oviedo, criado en Avilés, superviviente de un campo de concentración francés, Fluido conversador en inglés, francés, italiano, alemán y bable, autor de numerosas novelas de éxito, Creador de Vicky el Vikingo hasta que se lo plagiaron, ex-campeón de la marina en boxeo, ex-entrenador de grandes nombres de la villa como Dacal o Roxín...
Esta podía haber sido la anécdota de un avilesino más como fuéramos mi amigo o yo, pero el karma quiso que nos encontrásemos dialogando en su sala de estar, cara a cara, con Paulino Rodolfo García Secades.
En mi cabeza se me agolpaban las preguntas: ¿Cómo era posible que un hombre que es historia viva de Avilés se viese en semejante situación? ¿En qué clase de sociedad vivimos para que dos octogenarios, de los que únicamente uno de ellos es capaz de valerse por sí mismo (de momento), se encuentren viviendo solos sin ningún tipo de apoyo? ¿Dónde estaba su familia? ¿Qué pasaría si Paulino sufriese algún tipo de accidente doméstico que lo incapacitase y ningún vecino se percatase de ello? ¿Qué pasará cuando la edad también lastre y haga definitivamente dependiente a Paulino? ¿Qué hubiese ocurrido si en lugar de meter en casa a dos desconocidos honrados como mi amigo y yo hubiese metido a dos delincuentes sin escrúpulos que no hubiesen encontrado apenas resistencia a la hora de arrebatarle a aquel pobre matrimonio lo poco que les quedaba?
"Cada vez que tengo que salir de casa me veo obligado a encerrar a mi mujer con llave" Nos explicaba el polifacético hombre "Ya se me escapó una vez y salió en camisón a la carretera y por poco me la mata un coche". Entre estas y otras anécdotas y visitas esporádicas a la habitación de su mujer cuando le reclamaba se iba reforzando en mi cabeza la idea de que esta situación no estaba bien y no debería estar pasando.
"Esto mismo que os he hecho hoy a vosotros (refiriéndose a solicitar nuestra ayuda) ya he tenido que hacerlo con alguna pareja de policías cuando pasaban por debajo de mi balcón" Nos explicaba "Pero ya empieza a ser algo continuo y tampoco quiero estar todo el día molestándoles".
En sus palabras y su rostro se mezclaban a partes iguales la preocupación, la impotencia y el no querer convertirse en una carga.
Desde mi teclado he considerado que lo menos que podía hacer era, entre otras cosas, denunciar su situación y hacer un llamamiento a nuestros políticos y servicios sociales.
No es de recibo que alguien que se encuentra físicamente al límite de sus fuerzas tenga que hacerse cargo de una casa entera y una persona enferma que requiere cuidados y dedicación continua. No es de recibo que historia viva de nuestra villa tenga que ver cómo es invisible a los ojos de una ayuda social que resulta tan necesaria como ausente.
Por favor, señora Varela, Seguridad Social, alguien... hagan algo con la situación de estos ilustres y abandonados avilesinos. Dénle valor a los impuestos que les pagamos para tales menesteres y hagan que se sientan orgullosos de haberle aportado tanto a nuestra villa.
Fuente: Ine.es