Isabel no le dio mucha importancia a las anécdotas que contaba su madre cuando hace diez años salía por Madrid y decía que se perdía en las calles sin saber muy bien donde estaba. Con el tiempo empezó a tener la manía de esconder el dinero o empeñarse que se lo habían robado. Más tarde no paraba de hablar del pasado y recordar a familiares y amigos ya fallecidos.
«En una ocasión me marché de vacaciones tres días a Pamplona. Llamé a mi madre para decir que ya había llegado. "¿Qué ya has llegado a dónde?, me contestó. Le expliqué que por la mañana, antes de emprender el viaje desde Madrid, pasé por su casa a despedirme de ella. No se acordaba de nada. Me preocupé muchísimo».
«Aquella persona ya no era mi madre»
Cuando la madre de Isabel cumplió 79 años empezó a hacer cosas «raras»: no sabía colgar el teléfono, se tiraba de la cama, me miraba con ira, se pasaba toda una tarde intentando doblar un jersey, se levantaba a las cuatro de la madrugada... «Cada día iba a peor. Aquella persona ya no era mi madre», confiesa.
Fuimos al médico y comenzaron a hacerle pruebas. «Pasó un año entero hasta que un neurólogo confirmó que tenía Alzheimer. He vivido un infierno