Tras 270 días de viaje. ¿Hay camino después?
Sí. Lo que ha acabado es mi viaje a Jerusalén, pero no el proyecto de La Memoria es el Camino. No sabemos de qué manera, pero va a continuar, sin descartar el poder seguir andando por diferentes puntos de España... El objetivo del viaje no era llegar a Jerusalén, sino conseguir una política de Estado sobre el alzhéimer y para eso hace falta recorrer todavía muchos más kilómetros.
Queda claro que va a seguir el proyecto, pero ¿va a continuar Guillermo Nagore ligado a él?
Sí, las dos cosas. La Memoria es el Camino no es solo Guillermo Nagore, no lo ha sido desde el principio. Al final, ha habido mucha gente detrás que ha estado apoyando este proyecto y han sido artífices de que yo lograra llegar a Jerusalén. Y yo sí que voy a seguir, lo que no sé todavía es de qué manera.
El viaje ha coincidido con el peor momento de la crisis económica. ¿Cree que si se hubiera realizado en otro contexto temporal habría tenido más apoyo institucional?
No lo sé, pero yo estoy feliz de que no haya tenido apoyo económico institucional, porque creo que es un error que las instituciones apoyen proyectos como este. No lo ha habido y tampoco lo hemos pedido. Y el tema de la crisis, es curioso. Creo que al final mucha gente se ha enganchado a esta historia, precisamente, porque está en un momento complicado. En un torrente de malas noticias, la gente agradece algo simpático como este viaje.
Es decir, ha aportado un granito de ilusión, no solo a gente del entorno del alzhéimer, sino a muchos otros que no tienen nada que ver con esta enfermedad. Además, gracias a las redes sociales, el proyecto ha tenido un gran eco.
Ese era, además, uno de los objetivos del proyecto, a través de la pequeña locura de ir andando a Jerusalén, atraer a gente que no estuviera relacionada con el alzhéimer. Yo sí creo que se ha conseguido y ha habido mucha gente que se ha enganchado a la historia, la ha hecho parte suya y, al final, han sido muy importantes para que siguiera adelante.
Ha atravesado doce países y ha conocido las distintas realidades del alzhéimer en cada uno de ellos. ¿Qué diferencias ha encontrado en torno al cuidado de los enfermos, los recursos que disponen y la situación de los cuidadores?
La situación de los cuidadores es en todos los sitios igual, la única diferencia en esta enfermedad son los recursos públicos. El país que mejor está desde el punto de vista del sistema público es, sin duda, Francia, porque tienen un plan nacional frente al alzhéimer y porque disponen de una sociedad muy concienciada. A Nicolás Sarkozy, cuando todavía era presidente y presentó ese plan, le preguntaron que si no pensaba que iba a resultar muy caro. Y dijo que sí, pero que todavía era más caro no hacer nada. Los italianos están en una situación económica mala, como aquí, pero tienen una capacidad de imaginación brutal. Allí me encontré con que muchas casas de reposo, que son las residencias de ancianos, tenían núcleos específicos para el alzhéimer atendidos por los propios profesionales de las residencias a los que habían dado una formación. La situación más dramática es la de Grecia, porque es un sitio donde llevan más de 20 años trabajando con el alzhéimer, como aquí, y donde han conseguido grandes logros, pero se les está derrumbando materialmente todo. En Salónica estuve en un centro que era una maravilla, pero allí los responsables no sabían si iban a llegar a Navidad.
¿Y en el resto?
En los Balcanes están comenzando. Por ejemplo, en Croacia tienen una sola asociación para todo el país. En Turquía apenas tienen un centro de día en Estambul, en un país de 80 millones, aunque es verdad que el alzhéimer tiene una menor incidencia que aquí por la esperanza de vida. El tratamiento que se les da es el que se les daba aquí hace 20 años, están escondidos en las casas, porque existe un gran estigma. En Israel sí que están avanzados, y en Palestina desconocen por completo lo que es el alzhéimer.
Con La Memoria es el Camino, si bien todavía no se ha logrado el objetivo de la política de Estado, sí que se ha conseguido a nivel local que haya cierto movimiento con la declaración de ciudades solidarias con el alzhéimer, entre ellas Donostia.
Durante el viaje había que meter ruido y armar bulla, porque para que haya recursos y una política de Estado, lo primero que hay que hacer es cambiar la mentalidad de la opinión pública; y esa es la labor que hemos realizado desde La Memoria es el Camino, y que está continuando con la declaración de ciudades y empresas solidarias. Pero la labor de cambiar la opinión pública debe estar enfocada, no tanto sobre los problemas de los enfermos, sino que la gente conozca la realidad de los cuidadores, que eso es lo más desconocido. Y la realidad de los cuidadores es gente de 40, 50 y 60 años, en el 95% mujeres, que tienen que dejar sus trabajos o reducir sus jornadas, quien tiene, para atender a los enfermos. La gente debe tomar conciencia de que es un problema que afecta a todo el mundo. Esa es la batalla, que se conozca la labor de los cuidadores.
¿Cuántos ayuntamientos ya se han declarado solidarios en el Estado?
Unos 80, pero esperemos que sean muchísimos más con el paso del tiempo. Además, está el Parlamento de Navarra, las Juntas Generales de Álava y el Cabildo de Lanzarote.
Cite alguna de esas historias que ha recopilado en el camino.
Cuando pasé por Estambul conocí a una persona que había estado 15 días perdida por Estambul. Hay que tener en cuenta que es una ciudad de 25 millones de habitantes, así que 15 días perdido por ella significa que lo más probable es que acabes muerto. Pero consiguieron encontrarlo y llevarlo al único centro de día del país.
¿La mayoría de esas historias serán muy dramáticas?
Sí, porque lo es la enfermedad, aunque también hay historias divertidas. Mucha gente del alzhéimer consigue reírse porque hay que tratarlo con normalidad. Sí, el alzhéimer es una enfermedad con unas consecuencias brutales para el enfermo y el entorno, pero lo que hay que hacer es de vivirlo con normalidad. Cuando se consiga que el alzhéimer salga del armario, es cuando habrá resultados.
También ha relatado en el 'blog' y en este periódico las anécdotas que le han ocurrido, como el problema en el dedo meñique que le obligó a tomar una dura decisión en Sarajevo: dejar de caminar.
Fue el momento anímicamente más complicado, porque el cuerpo te pide volver a casa después de casi 4.000 kilómetros, más de siete meses y un pie jodido. Pero se convirtió en un punto de inflexión, cuando llegué a la conclusión de forma clara de que había mucha gente relacionada con este proyecto, que no estás solo. Recibí un montón de mensajes de gente que, básicamente, me decía que adelante y que lo que querían era que llegara a Jerusalén como fuera. No creo que haya estado solo nunca, pero sí que al principio era un proyecto más personal. Sarajevo fue el momento en el que tuve claro, después de dos días parados, de que iba a seguir como fuera.
Otro de los capítulos clave fue la pérdida del pasaporte entre la frontera de Grecia y Turquía, que mantuvo en vilo a mucha gente ante la imposibilidad de continuar con la aventura. ¿Cómo recuerda esos días?
El cruce de la frontera era muy complicado, porque tienes que pasar caminando un puente de dos kilómetros, rodeado de soldados turcos, enseñando el pasaporte, más puestos de control y, al final, llegar a un descampado y buscar un taxi. Entre medio perdí el pasaporte y ahí sí que vi que el viaje podía peligrar, porque el final era Israel, y para entrar en Israel tienes que ir con todo en regla. Ahí me reafirmé en que el proyecto no era solo mío, sino de mucha más gente. Todo el mundo se comenzó a movilizar, todo tipo de gente incluidos políticos de todos los partidos. Y salió bien gracias a muchas personas, pero sobre todo al cónsul español y al israelí. Entré en Israel saludando, cosa que es realmente complicada.
Esta aventura ha recibido ya varios premios. ¿Cómo lleva los reconocimientos?
El único premio que había ganado en mi vida era un campeonato de mus en el colegio y alguna medalla de atletismo. De todos modos, no son galardones para mí, sino para el proyecto La Memoria es el Camino. Se ha reconocido el uso de las nuevas tecnologías, el periodismo social, aunque el premio que más ilusión me hizo fue el que me dio la gente de la Esclerosis Múltiple de Navarra, que me acompañaron en la llegada a Pamplona.
Después de tantos días caminando, cómo vuelve uno a la realidad diaria.
Mal, fatal... Volver a tener que hacer las copias de las llaves de casa, la ITV del coche... (risas), lo estoy llevando muy mal, me está costando acoplarme. Eso sí, lo que más me ha llamado la atención es que, aunque cuando me fui ya había crisis y sensación de desánimo en la sociedad, ahora me he encontrado con un país triste. A pesar de que había salido muchas veces fuera, nunca me había pasado esto. La gente está desanimada, escéptica... Salvando las distancias y espero equivocarme, es la misma impresión que me causaron los griegos: gente que ya no creía en nada más que en sobrevivir al día al día. Si seguimos su estela, nos conducimos al absoluto abismo, porque lo que han hecho con ese país es destruirlo literalmente, está hundido en la miseria.
¿Qué es lo que más le ha impresionado del viaje en sí? Las pequeñas miserias. Lo más parecido a un pueblo es el de al lado, desde Finisterre hasta Jerusalén. Y esas pequeñas miserias de los odios a los vecinos, eso es lo más llamativo del viaje. Cuando entras en Croacia, en Bosnia, ves las huellas de todas esas matanzas, pasas a Serbia y más de lo mismo. Luego sigues y los macedonios odian a los griegos, los griegos con los turcos están casi en guerra, los turcos con los chipriotas, los israelíes con los palestinos... todas las miserias del ser humano que siempre se proyectan contra el que tienes justamente al lado.
¿Le queda alguna espinita?
No haberlo hecho todo caminando, indudablemente. Cuando en Turquía veía los caminos desde el autobús, con todo lo que he sufrido por los arcenes de las carreteras...
Fuente: noticiasdegipuzkoa.com