La emergencia con la que hacemos frente a la pandemia impide reparar en sus daños colaterales. La incertidumbre o el aislamiento social que nos impone la covid-19 empiezan a pasar factura acelerando el deterioro cognitivo de parte de la población. Un hecho que se agrava entre los enfermos de Alzheimer. Para ellos, los recuerdos y las emociones constituyen las únicas herramientas que les permiten seguir comunicándose con su entorno para poder sobrevivir al coronavirus y evitar que la enfermedad se precipite.
Carmen Ramírez, de 84 años, era una mujer vital pese a la dureza con la que le trató la vida desde su infancia –perdió a su madre cuando era una niña y, ya de adulta, a su marido y a su hija–, autónoma, sociable y a la que le gustaba ir a clase en la escuela de adultos de su municipio. Pero tras el primer confinamiento empezó a preocupar a sus familiares. Tenía despistes poco comunes en ella, salía poco y manifestaba malestar físico. Tras tres ingresos en urgencias, en agosto le diagnosticaron un principio de demencia. "En menos de medio año su estado ha empeorado. Está triste, malhumorada y no es capaz de llevar una vida autónoma", explica su hermana María.
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