«La lepra de este siglo es el alzhéimer», sostiene Laura Rodríguez. Esta hija de asturianos afincada entre Oleiros y Arteixo sabe de lo que habla. En 2005 tuvo que hacer frente a un doble diagnóstico de dicha enfermedad en su familia: la padecían su padre y su madre. Más tarde le ha afectado también a su suegra. Ella y su marido tuvieron que inhabilitarlos a los tres. Considera que hace tiempo había una «tendencia incapacitadora» si bien ahora «creo que ha mejorado mucho al reconocer los jueces y fiscales la incapacidad en su justo punto y la evolución» de cada enfermo. Cuando se les declara impedidas estas personas no pueden ni siquiera ir a votar en unas elecciones. «Es muy difícil equilibrar el respeto a la libertad y la capacidad civil, que es la esencia de lo que somos, con la protección de una persona que empieza a perder sus facultades», reconoce Laura. Esto fue lo que le ocurrió a su madre, Olga Sastre Díaz, nacida el año 1930. La incapacidad se la tramitaron de oficio y lo hizo «una fiscal amabilísima», cuando en la familia «estábamos desesperados porque mamá era capaz, pero se estaba haciendo daño sin querer», evoca. En alguna ocasión Olga, aquella mujer que durante décadas había sido «el pilar de la familia, la causa de la alegría mía y de mi hermana Cris», se había perdido al lado de su vivienda.
En el caso de su padre fue Laura mismo quien llevó el proceso para la inhabilitación al habilitarla a ella el Colegio de Abogados ya que es licenciada en Derecho. «Fue muy duro», resume. Considera que los jueces están cambiando y entiende que deben jugar un papel destacado en el entorno de esta enfermedad. La experiencia le ha dado una visión privilegiada de lo que supone el alzhéimer, no solo para las 63.000 personas que la sufren en Gali- cia, sino también para el entorno de las mismas.
«No aceptas nada»
Laura Rodríguez, madre de una niña que no llega al año, mencio- na a la Asociación de Familiares de Alzhéimer de A Coruña (Afaco) como uno de los apoyos importantes para estos enfermos, que incluye entre los servicios a abogados especializados. «Mi madre fue una de las primeras usuarias de los programas de Afaco», evoca remontándose más de una década atrás, cuan- do «no había ley de dependencia» y sentenciando: «La oferta pública no llega», sentencia.
Laura va recordando como su madre «fue perdiendo facultades por sucesivos infartos. No la podía mandar al centro de día porque empezaba a gritar. No podía llevarla yo porque tenía que ir a trabajar». Por todo ello considera que la atención a estos enfer- mos «es un trabajo en equipo: los médicos, el centro, el transporte adoptado, la familia...».
Cuando se detecta el alzhéimer hay una primera fase durante la cual, recuerda Laura, «no aceptas nada. Ellos están bien. Es impresionante vivir la pérdida de identidad. Sufres emocionalmente, es algo en lo que no hemos evolucionado como seres humanos». En esas fases iniciales «la familia no quiere reconocer la enfermedad, sobre todo porque a veces aún se asocia a la locura». Confiesa que tampoco ella aceptaba que sus padres tuvieran alzhéimer, «lo aceptó mi hermana». Y es que el deterioro avanza, «ves como pierden lucidez. Mi madre se olvidó de tragar la comida, que es lo que estaba apren- diendo hace poco mi bebé». Ahora «lo único que le importa a mi suegra es el bebé, es al único que le presta atención. Tiene una enorme mirada cuando ve a la niña y mi padre también juega mucho con ella».
«Porque tu eres mi vida»
Al principio «mi padre negaba la realidad, no se creía que a mi madre se le olvidara cocinar». Ella se disculpaba diciendo «teño mal a cabeza». En esa cabeza quizá se habían esfumado aquellos versos que durante los diez años que fueron novios le había escrito Monchu (José Ramón Rodríguez Elvira), su marido; como aquel que tituló Un 9 de abril , día en el que ella cumplía años: «Hoy. / Hoy hace un hace un año que te amaba/ Mañana. / Mañana hará siglos que te quiero. / Por qué? / Porque tú eres mi vida, mi consuelo, / mi todo, mi ángel bueno...». Uno de estos poemas se lo leyeron de nuevo a Olga en su entierro. Mientras, Monchu , el más pequeño de siete hermanos y un reconocido pro- fesional en Gijón, sentado en su casa, coge en su manos una vie- ja foto y mira lo que ocurre a su alrededor en el que su hija llama un «piso cárcel». Es un aparta- mento, en Culleredo, donde vivía con Olga y que ha tenido que ser adaptado a su situación. «En mi aldea hay más redes de contac- to social con los vecinos que en la ciudad», asegura Laura. A esa aldea va su suegra, María Galán Vento, que con sus 91 años está tutelada por su hijo y pasa la jor- nada en un centro de día. Lau- ra evoca también las cartas que su padre escribía a sus hijas ca- da año y que formaban parte del menú de la comida de Navidad.
Dentro de unos minutos Monchu se irá a Afaco, ella a trabajar y a seguir dándole vueltas a la forma de mejorar la asistencia a estos enfermos: «No hay una política informativa generalizada. Las grúas y las camas cuestan un pastizal». Y alude al consabido «hay que cuidar al cuidador», antes de destacar la importancia que en esta enfermedad tienen las pequeñas cosas del día a día, como es el uso de los pañales, o las dudas que entre los fa- miliares generan los enfermos: «No sé hasta donde están inconscientes». Monchu mira, escucha y quizá evoque alguno de sus versos a Olga: «Horas, minutos, segundos, tiempo / junto a tu vera, allí me encuentro. / Siempre a tu lado / Siempre mi cielo / hasta el final, tuyo es mi anhelo».
Fuente: pressclipping.com