El problema es llevar mapas malos, como los que llevo yo, que me marcan más o menos distancias, pero no perfiles. Me las prometía muy felices el 6 por la mañana saliendo de la Motte du Caire hasta que las marcas rojas y blancas, como correspondía con el día, me sacaron de la carretera y me echaron a mitad del monte.
Y aquello no era un monte. Era un crimen disfrazado de monte. En los escasos 3,7 km de subida ascendí 600 metros, con lo que llegué materialmente reptando a la cima, algo tampoco nuevo un 6 de julio para mí, lo de ir reptando, pero como de otra manera. El calor era sofocante, con lo que bebí como un poseso. Ninguna novedad para un 6 de julio e incluso en el descenso, de esos de piedra suelta y a prueba de rodilla de titanio, me fui al suelo. Es decir, sin novedades en el frente.
Tampoco fue el primer 6 de julio que acabo en el suelo. El chupinazo lo celebré en la cumbre, con los pañuelos que tenía a mano, es decir, los de la Asociación de Familiares de Personas con Alzheimer de Gipuzkoa (Afagi) y el de la Asociación del Valle de Aran (Arana), para proseguir la marcha hacía Tallard en medio de unos bosques en los que me perdí varias veces, como cualquier 6 de julio callejeando. Y para rematar, en Tallard no había alojamiento, así que tras 28 kilómetros (la guía me marca que había 20 entre la Motte y Tallard), tírate otros 15 más por mitad de la Ruta Nacional hasta Gap, para llegar deshidratado y moribundo a la capital de los Altos Alpes después de 12 horas de andada y 42 kilómetros. Buscar albergue, cena y al sobre. Nunca jamás me había acostado tan pronto un 6 de julio, así que no hay mal que por bien no venga.
Los últimos quince días han sido los de la despedida de mis acompañantes guipuzcoanos. Rafa, que ha ejercido de cocinero en los doce días de acompañamiento, me regaló la historia de su madre, Angelita, enferma de Alzheimer que calculaba los días de la semana en función de las partidas de bingo. Con la enfermedad ya galopante, era capaz de jugar tres cartones a la vez sin despeinarse; y es que los caprichos del cerebro son inescrutables.
Tras las jornadas por el valle de la Durance, con especial mención al albergue de Lurs en donde me trataron a cuerpo de rey, esta semana preveo entrar en Italia por Claviere, abandonar la Vía Domitia y enlazar siete etapas por la Vía Francigena hasta Vercelli, con parada obligatoria en Turín. Un nuevo país para un trayecto que ya lleva 2.115 kilómetros recorridos y en los que, inclemencias meteorológicas al margen, el mayor problema ha sido, es y seguirá siéndolo Telefónica SA, esa gran compañía.
Fuente: noticiasdenavarra.com