- El abanico de trastornos psiquiátricos en los que se han ensayado los antiepilépticos es muy amplio.
- Su uso para el tratamiento de las enfermedades psiquiátricas se ha incrementado considerablemente en los últimos años.
- En psicogeriatría, una de sus potenciales aplicaciones son los trastornos conductuales en las demencias.
El abanico de trastornos psiquiátricos en los que se han ensayado los antiepilépticos es muy amplio. Sin embargo, no son muchos los trabajos existentes en la bibliografía que aclaren de forma específica sus posibilidades de aplicación en la población anciana, sobre todo en indicaciones distintas a la epilepsia.
Los fármacos anticonvulsivos tradicionales se han utilizado durante décadas para el tratamiento de distintas patologías, tanto en el campo de la epilepsia como en otros, con un balance terapéutico positivo, a pesar de que no están exentos de efectos adversos. Recientemente se han comercializado nuevos antiepilépticos en un intento de asegurar eficacia asociada a reducción de efectos secundarios e interacciones, aspectos especialmente importantes en las personas mayores.
Las indicaciones psiquiátricas más aceptadas de los antiepilépticos se enmarcarían fundamentalmente en los trastornos afectivos y los trastornos de personalidad. Ya dentro de la psicogeriatría, otra de sus potenciales aplicaciones clínicas podrían ser los síntomas conductuales y psicológicos en la enfermedad de Alzheimer y otras demencias, un aspecto clave por la alta prevalencia de estas patologías y por la escasez de opciones terapéuticas. Estos síntomas generan malestar en los enfermos y los cuidadores, y pueden afectar a la seguridad del paciente y su familia y conducir a la institucionalización y al encarecimiento de los cuidados sanitarios. Los antiepilépticos se perfilan actualmente como una interesante alternativa farmacológica para estos pacientes.
El objetivo de los autores de este artículo fue realizar una revisión de las propiedades y el manejo de los principales anticonvulsivos en el campo de la psiquiatría de la población geriátrica, prestando especial atención a las características propias de esta franja de edad.
Si bien los agentes más estudiados y empleados hasta el momento son el ácido valproico y la carbamazepina, probablemente no sean los candidatos ideales para utilizarse en ancianos debido a su mayor número de interacciones farmacológicas, al estrecho margen terapéutico, a los efectos secundarios y a la necesidad de monitorización. Los nuevos antiepilépticos, a pesar de perfilarse como opciones prometedoras por presentar menos interacciones y efectos adversos, cuentan con escasos estudios y muestran importantes limitaciones metodológicas que dificultan el establecimiento de resultados concluyentes.
En enero de 2008, la Food and Drug Administration (FDA) estadounidense alertó sobre el posible aumento de ideación, intento y éxito de suicidio en pacientes tratados con antiepilépticos en diversas condiciones clínicas. No obstante, existen algunas limitaciones en el análisis realizado por la FDA que dificultan su interpretación. Por ejemplo, muchos de los pacientes incluidos se encontraban en tratamiento con varios agentes a la vez, y además no se evaluaban antiepilépticos de uso extendido como la fenitoína. Para intentar aclarar este aspecto, recientemente se ha llevado a cabo un estudio para determinar si dicho riesgo existe en concreto en la población anciana. Según los resultados de este trabajo, la asociación entre comportamiento suicida y empleo de antiepilépticos es significativa. Uno de los principales problemas que se pueden plantear a la hora de decidir la indicación de antiepilépticos es la posibilidad de que provoquen deterioro de la función cognitiva, sobre todo considerando que los ancianos constituyen una población particularmente en riesgo en tal aspecto.
Los autores concluyen que, pese a su indudable utilidad, el ácido valproico y la carbamazepina no son fármacos ideales y su manejo a veces puede resultar complejo, ya que suelen utilizarse asociados a otros agentes con los que pueden generar interacciones farmacodinámicas. Por otra parte, algunos de los efectos secundarios que pueden ocasionar son potencialmente graves, y el estrecho margen terapéutico, así como la variabilidad individual y la necesidad de determinar los niveles plasmáticos, hace que estos fármacos no sean candidatos ideales para ancianos. En cuanto a la generación de nuevos anticonvulsivos, los resultados parecen prometedores; ofrecen importantes ventajas en relación con el menor número de interacciones farmacológicas y un mejor perfil de efectos adversos.
No obstante, los autores insisten en que los trabajos disponibles hasta el momento sobre el uso de fármacos antiepilépticos en ancianos ponen de manifiesto efectos beneficiosos y ventajas puntuales que subrayan la conveniencia de realizar más ensayos doble ciego y controlados con placebo que confirmen su eficacia y aclaren sus indicaciones y su mejor perfil de interacciones y efectos secundarios, aspectos particularmente relevantes en población anciana, dada la frecuencia de pluripatología y polimedicación en ella.
Fuente: sietediasmedicos.com