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Ven, dame la mano

Ludi parece muy contenta de ver a Charo Mansilla. La anciana tiene un aspecto muy feliz y está guapísima con su blusa floreada y su collar de perlas. No para de sonreír. «¿A qué vengo yo aquí?», le pregunta la voluntaria. Ella afila el gesto, duda un poco, intenta recordar y a los pocos segundos contesta alegremente «¡A rezar el Rosario»!». Efectivamente, Rosario reza el Rosario con los pacientes de alzhéimer de uno de los centros de Afabur nada menos que desde hace 18 años.  Cuenta que el día que se acercó en bicicleta por la sede que la asociación tiene en la calle Loudun no sabía ni pronunciar el nombre de esta enfermedad. Ahora no puede pasar sin ellos. 
«Colaboran mucho y se acuerdan de todas las oraciones, igual que las canciones de toda la vida, que nos ponemos a cantar cuando acabamos de rezar y de pedir por todo el mundo. No te imaginas lo bien que lo hacen», explica. Charo es una de las 31 personas voluntarias que colaboran con la asociación de familias de pacientes de alzhéimer y su labor resulta fundamental para que los usuarios tengan más diversidad de ocio y  estén activos, algo básico para la evolución de la enfermedad y su calidad de vida.
Esther Sebastián realiza con ellos un taller de arte. Siempre ha sido aficionada a la pintura y en 2012 se animó a pasar un rato en la asociación que tan bien se había ocupado de su madre, que padeció esta enfermedad que este próximo lunes, 21, celebra el día mundial. «Con sus dibujos y los colores que utilizan nos dicen muchas cosas sobre ellos mismos, sobre su forma de ser. Además, no tienen que ser mañosos, simplemente que veamos que se entretienen y pasan un buen rato», cuenta esta voluntaria, que afirma que sus alumnos se pirran por el dibujo figurativo: «Ellos quieren ver claramente una mariposa o un pájaro, algo muy concreto, pero cuando les dejas el pincel van a su aire y de figurativo, nada».
El voluntariado no se centra únicamente en las personas que  tienen buena movilidad y pueden responder a las distintas propuestas (se han hecho talleres de setas, de apicultura, de plantas aromáticas, se canta, se baila...) sino que para las que sufren ya un estado avanzado de la enfermedad también hay opciones: puede ser un poco de psicomotricidad suave y adaptada a sus características o un rato de charla o un cálido apretón de manos.
Y como siempre ocurre con todas las personas que hacen una labor a cambio de nada, las voluntarias dicen que reciben mucho más de lo que dan: «A mí me encanta venir», asegura Blanca Lara, que se ‘enganchó’  cuando vio anunciados en este mismo periódico unos cursos de formación. Los hizo, conoció la enfermedad y a los pacientes y se comprometió a visitarlos una vez por semana. Así lo lleva haciendo desde hace catorce años. Blanca participa en los grupos de actividades cognitivas -juegos, lecturas, charlas- ayudando a las trabajadoras: «Cuando acaban los grupos casi siempre me pongo a cantar y a bailar. A veces parezco el flautista de Hamelín porque empiezo a bailar y enseguida vienen detrás de mí».

Con la colaboración de